La sombra refrescante de los árboles, el arrullo de las aguas y la fertilidad de los suelos entre el río Hatibonico y el arroyo Juan del Toro, tal vez fueron atractivos que cautivaron al cacique Camagüebax y lo hicieron asentarse con su tribu en estas inmediaciones.
No es solo leyenda que por estos lares habitaran nuestros antepasados. Según afirma el destacado periodista Eduardo Labrada Rodríguez, excavaciones realizadas en el sitio aseveran la existencia de un grupo aborigen en el área que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se convertiría en el parque Casino Campestre.
Mucho antes de 1860, dadas las inquietudes de un grupo de camagüeyanos de cierta posición económica, aparecen proposiciones que evidencian un movimiento cultural en la ciudad y un gran auge en la principal fuente de riquezas del territorio: la ganadería, prevaleciendo la necesidad de construir alamedas y áreas verdes donde se desarrollara una activa vida social.
las ferias de la caridad le dieron un dinamismo inusitado a la barriada homónima a principios del puerto príncipe. la aceptación de esas fiestas motivó que un grupo de vecinos ricos concibieran un casino, al que se bautizó como “casino campestre” por ubicarse en las afueras de la villa, en los terrenos de la quinta de los egidos.
Uno de los camagüeyanos que aportó dinero para su adquisición fue Salvador Cisneros Betancourt. En este nuevo espacio público comenzaron a celebrarse anualmente exposiciones agrarias y pecuarias. La inauguración de la primera feria, fue 1856 donde participo el capitán General José Gutiérrez de la Concha.
En la guerra del 95, sirvió de campamento al Batallón de Cádiz del Ejército Español, se exhibieron los productos de la industria y de las artes, se celebraban conferencias científicas y agrícolas. Al instaurarse la república neocolonial comienza un proceso de restauración y embellecimiento del parque. El propio 20 de mayo del 1902 fue sembrada la “Ceiba de la Libertad” por los niños de las Escuelas Públicas. La casa de exposiciones y la vivienda del Conserje se encontraban en el centro del parque hasta que fueron destruidas en el 1903 por estar casi en ruinas.
Al otro año el ayuntamiento acordó un proyecto para la construcción de un nuevo edificio en el lugar que ocupaba la casa del Conserje. Es posible que dicha edificación sea la llamada Glorieta, la cual fue inaugurada el 19 de julio del 1908, con un acto especial.
El Casino o parque “Gonzalo de Quesada”, como fuera nombrado en 1916, y cuyo cambio la tradición popular no asimiló, mantiene desde la época en que fuera extensión de las ferias de La Caridad, los atractivos que lo hacen distinguirse, no solo como el parque urbano más grande del país, con un área de 131 mil 500 metros cuadrados, sino por sus valores históricos, culturales, naturales y escultóricos.
Este pulmón natural de la urbe constituye un sui generis testimonio viviente de los momentos y personalidades imprescindibles en la existencia de la antigua Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.
Al pasear por él se puede encontrar, desde la majestuosa ceiba sembrada el 20 de mayo de 1902, y primer monumento a La República Neocolonial erigido en el país, pasando por el que recuerda al Libertador Desconocido y que guarda bajo sus mármoles tierra de los potreros de Jimaguayú y los despojos de un mambí que cayó en la Guerra del 95 (1929), hasta el sencillo homenaje al destacado biólogo y ecologista Jorge Ramón Cuevas, colocado en el 2006.
Realzan la hidalguía de esta porción de suelo agramontino dos construcciones de obligada visita para lugareños y foráneos: la gruta (1924) y la Glorieta (1905), réplica, esta última, de una construcción que existe en Sevilla, España.
En el Casino Campestre descuellan además la gruta, la glorieta, la fuente, los parques infantiles y el zoológico, y la colección de monumentos que presentemente forjan leyenda aquí.
Más de 400 ejemplares de animales de 65 especies representativas de los cinco continentes se exhiben en el zoológico de la pintoresca zona, avivada por los infantes y sus familiares en horas de recreo.
Constituye el pulmón verde de la ciudad, oxigenándola todos los días desde su parte más vieja, precisamente la que le dio origen, hoy Patrimonio Cultural de la Humanidad.