Muchos de los habitantes de Rafael Freyre, provincia de Holguín, se han dedicado de lleno a la minería de oro en la zona. El trabajo es arduo, laboran desde el alba hasta el ocaso, pero la más pequeña posibilidad de encontrar siquiera una pepita, les da suficientes fuerzas para continuar trabajando con optimismo.
Estos mineros han inventado y forjado sus propios instrumentos de trabajo, para poder cavar, lavar, cernir y buscar entre tanto lodo y arenisca. Crearon el “carro”, un cernidor que cuenta con un pedazo de goma donde se deposita el lodo que cae luego en la malla.
Es un trabajo tan duro y exhaustivo que se necesitan, al menos, 3 hombres en buena condición física para llevarlo a cabo, porque dos deben sacudir el tamiz mientras otro enjuaga el fango recogido.
Fernando Ramón Rodríguez Vargas, residente de Levisa (Mayarí), posee muchísima experiencia en la búsqueda del mineral, y alega que el uso de un detector de metales no es muy recomendable en este caso, porque la zona está llena de piezas de otros metales y el cacharro suena dondequiera. Él asegura que ya desarrolló un buen sentido para saber dónde hay oro, por lo que toma una muestra de la tierra, la lava y comprueba qué cantidad de oro contiene
Confesor Verdecia Elcok, otro gran experto, expresa que el área holguinera de Cuatro Palmas es la más recomendada para ir a excavar, siendo famosa por el tamaño de las piezas localizadas y por la gran abundancia del material.
Los huesos duelen más al segundo día de trabajo, y la “fiebre del oro” provoca en los hombres un anhelo ciego por continuar trabajando incluso sin comer, y van haciendo hoyos aquí y all sin parar, siguiendo el rastro que deja el oro con el que se topan.
Las zonas de búsqueda priorizadas siempre son los afluentes de ríos desaparecidos (rastreando sus marcas), áreas lodosas y los márgenes de ríos que aún tienen caudal.
Se debe de tener perseverancia para incursionar en esta labor, porque sin esperanza, no se alcanza nada. En los momentos en que más uno querrá retirarse y admitir la derrota, una pepita de 0,8 gramos puede devolver el entusiasmo.
Cuando han recogido bastantes piezas minúsculas de oro, esperan por la brisa para empezar a fundir. Aplican calor sobre mercurio que está sobre un crisol, y este emite un gas venenoso que los hombres evaden con la brisa.
Por su parte, Verdecia Elcok sabe muy bien que la fiebre del oro puede convertirse en la muerte del oro, asegurando que a una señora de la zona de La Canela, a la que le dicen Mimi, desarrolló un cáncer por usar mucho el azogue, luego de encontrara la pieza más grande que se haya hallado en la minería de esa zona, de cuatro onzas y media.
A manos de mineros de joyeros llega el mercurio que se extrae de las industrias estatales, o se desvía de laboratorios y fábricas químicas, pese que debería estar bajo estricto control.
Los tres “buscadores” deberán ser sutiles si, en efecto, tienen suerte. Las personas del pueblo comenzarán a indagar sobre la fuente del dinero si notan que ellos gastan demasiado, y hasta pueden averiguar el lugar exacto de la mina.
Ser detectados por la Guardia Forestal también constituye un riesgo, pues la fuerza les impone multas de hasta 1.700 CUP ya que, de acuerdo con la Ley de Minas, “el subsuelo es propiedad del Estado”.
Pero al Estado no le interesan estos diminutos yacimientos, porque los beneficios serían menores que el costo de explotación.
Elcok explica que fácilmente se pueden encontrar médicos, profesores, estudiantes, niños y mujeres embarazadas a la orilla del río, uniéndose al grupo peyorativo de “garimpeiros invasores” en que las instituciones oficiales ubican a estos mineros, acusándolos de afectar el medio ambiente, especialmente la capa vegetal porque la remueven y lavan.
Investigaciones del Instituto de Geología y Paleontología concluyen que debería estimularse la legalización de la actividad, así como que se debería proporcionar a los gobiernos locales el conocimiento necesario para que potencien el uso de las rocas y minerales útiles presentes en sus territorios.