En el Marabú, un barrio de San Juan y Martínez en Pinar del Río, existe un cubano llamado Diarelis Acosta que tiene una afición bastante curiosa: come vidrios.
Cuentan los pobladores de la zona que en una ocasión tuvieron que llevarlo al médico y Acosta comenzó a masticar las ámpulas de las inyecciones como si se tratasen de caramelos, lo cual causó tremendo revuelo en aquel centro hospitalario, cuyas enfermeras comenzaron a gritar como locas.
El “comevidrio”, como todos los llaman en la zona donde vive, no es un cuento de camino. A los 14 años se cayó de una mata de mangos y cuando recobró el conocimiento había perdido la memoria, la visión de su ojo izquierdo y casi la audición por completo de ese lado.
Durante unos 3 años tuvo que someterse a fisioterapia y luego prácticamente comenzar a vivir porque no se acordaba de nadie. Sus familiares decidieron en aquel entonces que no lo enviarían de vuelta a la escuela y le consiguieron un trabajito como mensajero de la bodega del barrio y de ahí pasó a trabajar en Servicios Comunales.
No obstante, la vocación de Acosta estaba muy distante de estar recogiendo basura. A finales de los 80 enfiló sus pasos a la Casa de la Cultura del pueblo y tras hablar con el director de un circo de aficionados comenzó a realizar lo que hacía en su etapa de secundaria: romper botellas con la cabeza sin sufrir daños.
Tan impresionado quedó aquel director que se lo llevó a recorrer Pinar del Río, Artemisa y La Habana con el circo e incluso incorporaron el comer vidrios al espectáculo.
Su felicidad no duró mucho porque el pequeño circo terminó desintegrándose. Aún así, el comevidrios todavía monta sus números con algunos grupos de teatro callejero y mantiene la vinculación con la casa de la cultura.
Diarelis siempre está dispuesto a demostrar sus “habilidades” a todo aquel que se lo pida, porque muchos piensan que todo se trata de un truco. Así que cuando les llevan cocos y tubos de luz fría para que coma, no duda en enseñar su arte y masticarlos.
Uno de los momentos más importantes de su vida, según el mismo cuenta, fue cuando el periodista Reinaldo Taladrid lo invitó al programa Pasaje a lo Desconocido en una emisión dedicada al dolor.
Con una sencillez como la de pocos, el Comevidrios nunca ha puesto en práctica sus habilidades con el objetivo de sacar algunos pesos y nunca ha cobrado por sus actuaciones. Lo hace, sencillamente, por el amor al arte y porque disfruta ver como las personas se alegran con lo que puede hacer.