Eloísa Álvarez Guedes, una guajirita que dejó una huella imborrable a su paso por la radio, la televisión, el cine y teatro cubanos.

Redacción

Eloísa Álvarez Guedes, una guajirita que dejó una huella imborrable a su paso por la radio, la televisión, el cine y teatro cubanos.

Sencillez y maestría definen el paso por nuestras artes escénicas de la popular actriz Eloísa Álvarez Guedes, una mujer que dejó una huella imborrable a su paso por la radio, la televisión, el cine y teatro cubanos.

De origen campesino, el camino que recorrió Eloísa Álvarez Guedes para llegar a la cúspide del arte dramático en Cuba, fue muy difícil. Había nacido en Unión de Reyes, en la provincia de Matanzas. Creció y se formó al lado de sus hermanos en una finquita situada a escasos dos kilómetros de la Ciénaga de Zapata. Allí sintió el llamado al mundo fascinante del arte. Desde pequeña cantaba, bailaba, recitaba… leía las décimas que escribía su mamá.

Sus primeros pasos el La Habana no fueron en el arte sino como obrera en una fábrica de añil y luego en otra de confecciones. Con una timidez que desaparecía solo cuando se subía al escenario, tuvo como impedimento que muchas veces pensó trabajar en la emisora 1010, pero ello solo quedó en la intención porque nunca se atrevió a concretarlo. También, trabajó como taqui-mecanógrafa en el periódico Hoy, de cuya labor guardaba un gran recuerdo porque siempre se había sentido atraída por las ideas comunistas y allí encontró camaradería y solidaridad, a la vez que ponía su granito de arena a favor de esos ideales.

En 1942 se unió al Teatro Popular de Paco Alfonso, participó en algunos ensayos de la obra Sancho Panza en la Ínsula Barataria, pero no pudo actuar porque problemas de trabajo se lo impidieron. Su inicio fue en Cadena Roja. Después trabajó en Radio Progreso y ambas labores, al principio, las hizo sin cobrar un centavo por sus actuaciones.

https://youtu.be/iWzRw_GkW3w

Comenzó su vida artística en la capital del país a finales de la década de los años cuarenta del pasado siglo, primero de forma voluntaria en la Cadena Roja, hasta incursionar en 1953, como profesional en la radio y la televisión nacionales, de forma simultánea, interpretando papeles dramáticos, pero sobre todo, en los humorismos. Se dio a conocer en la televisión en el programa Audiencia Pública dirigido por Humberto Bravo. Sus personajes de guajiras, Simplicia y Valeria, serán siempre recordados por humanos y sencillos. ¿Quién no recuerda su célebre Simplicia?

En un entrevista que ofreció, al preguntarle por qué disfrutaba tanto interpretando su Simplicia, respondió: “Es una guajira cubana, noble, honesta, muy sana, pero fuerte de carácter, que proviene de una familia de pobreza extrema, pero sabe valorar el cambio revolucionario y ha marchado al ritmo de la nueva sociedad y lucha porque sus hijos salgan adelante en la educación y puedan tener un futuro que ella no tuvo. Simplicia hace reír, pero es muy dramática porque su vida ha sido de privaciones y ella misma sólo aprendió a leer y escribir siendo ya una mujer.”

Pero aun así confesaba su preferencia por las situaciones dramáticas porque le gustaba hacer llorar más que hacer reír. Para Eloísa la actuación no tenía secretos, sin embargo, todavía en su edad madura era muy disciplinada con el estudio de sus personajes y sobre todo leía mucha literatura cubana y universal, se interesaba por la música, las artes plásticas… y sobre las fuentes de conocimiento general, porque ella decía:

“Buen actor o buena actriz, no sólo se logra con una buena voz y correcta actuación. Yo no concibo a un profesional de la palabra, que se sitúe ante un micrófono o una cámara y no esté bien informado sobre el país y el mundo en que vivimos”.

Trabajó también durante muchos años en Radio Progreso donde conjugó papeles dramáticos y humorísticos. En 1982, tras 25 años de ausencia, volvió al teatro para representar la Amparo de Una Casa Colonial, del teatrista Nicolás Dorr.

Eloísa Álvarez Guedes es considerada una de las más queridas y admiradas artistas de Cuba. Falleció en La Habana el 25 de diciembre de 1993, y en su barriada ultramarina de Cojímar se dejó sentir la profunda huella de su pérdida.

Así la sintetizó, con emoción contenida, uno de nuestros más grandes poetas-repentistas de todos los tiempos, Adolfo Alfonso.