Una de las mayores catástrofes ecológicas en la historia de Cuba aún resiste las inclemencias del tiempo y de los años, y es que la edificación el pedraplén que une Cayo Coco con la isla principal del archipiélago cubano no podría haber constituido un plan más absurdo.
El cartel del inicio de las obras aún yace en la carretera del famoso cayo, sucedido a comienzos de la década de 1980. En ese entonces se podía hablar de derroche y de mega proyectos, pues Cuba se encontraba en el auge de los subsidios que entregaba su gran benefactor soviético, sin imaginar la frase “inversión extranjera” o que la crisis económica de los 90 estaba a la vuelta de la esquina.
Por capricho de Fidel Castro, este pedraplén se construyó de forma improvisada sobre el mar para lograr unir Turiguanó (Ciego de Ávila) con los cayos Coco y Guillermo, a más de 60 kilómetros de tierra firme.
Este solo logró contaminar miles de kilómetros cuadrados de preciosos e invaluables humedales, riquezas naturales del país, además de extinguir o casi eliminar cientos de especies de flora y fauna endémicas cubana.
Antes de convertirse en dos de los polos turísticos más importantes del país, los cayos Coco y Guillermo solo eran islotes deshabitados, infestados de mosquitos y prácticamente vírgenes, solo utilizados esporádicamente como coto de caza privado por el comandante Guillermo García Frías (director actual de la Empresa Nacional de Flora y Fauna).
Castro nunca había prestado demasiada atención a los cayos, pues ya tenía la propiedad de Cayo Piedra (Matanzas), pero los comentarios de García le despertaron un repentino interés en la colonización de los Jardines del Rey.
Fidel visitó los cayos a bordo de su yate personal, el Aquarama, y bajo la custodia de una cuadrilla de helicópteros con tropas y aviones de combate.
Llegó entonces la crisis migratoria del Mariel y la zona marítima del norte se tornó peligrosa entre tantas operaciones de huida del país, por lo que se llegó a la conclusión que realizar excursiones a la cayería norte de Cuba por la vía marítima constituía un riesgo para el Gobierno y para la población.
Entonces se obsesionó con erigir una vía de acceso alternativa y estratégica en función de una ágil evacuación, una conexión terrestre incluso conociendo que requeriría grandes cantidades de recursos y fuerza de trabajo, por lo que su construcción discreta no era una opción viable.
De este modo, luego de nombrar ministro de Transporte a Guillermo García Frías y aprovechando las celebraciones del 26 de julio en el territorio, prometió en 1980 a los avileños el acceso a «playas dignas». Lo que fue dio en principio la ilusión de una oportunidad para la recreación de las familias trabajadoras de la zona, en la actualidad es monumento a la desigualdad, una barrera para separar las playas para extranjeros y cubanos con dinero de las de las familias que trabajan para el Estado.
Sin un previo estudio sobre el impacto ambiental que tendría la construcción vial en el área, empezó a verterse al mar en 1983 toneladas de piedras y áridos extraídos tanto de canteras de tierra firme como de los propios cayos.
La obra civil abarcaría desde la Playita Militar, en Turiguanó, hasta La Silla, al sur de Cayo Coco; y atravesaría decenas de cayos.
Una sola brigada comenzó tirando piedras como locos, pero luego se formaron dos grupos, uno en tierra firme y el otro en los cayos, tras la creación del contingente El Vaquerito, con la idea de trabajar desde ambas orillas y agilizar el proceso.
Los primero días fueron caóticos porque nadie tenía una verdadera noción de lo que estaba haciendo o del proceder adecuado, echando buldócer, machete y dinamita a cayos completos, sin importar los flamencos ni el resto de la flora y fauna.
Fue una colonización salvaje, violenta desde que se vertió el primer camión de piedras…