La «lucha» en Cuba ya no pone límites al ingenio de la población, la que busca hacer de cualquier actividad (por descabellada que parezca) una fuente semifija de ingresos. Este el caso de Michel Estrada Olivero, quien se adentra todos los días en el monte más tupido de la ruralidad de la provincia de Cienfuegos para demoler con un mazo cada estructura abandonada que encuentre y vender cuanto pueda aprovechar de ello.
Un punto fijo en su recorrido es la antigua Central Electronuclear de Juraguá, un complejo totalmente desolado al que le extrae bloques, cabillas y alambrones, luego de destrozar las vigas y las columnas a golpe de mandarria.
Debido al profundo déficit de materiales de construcción que se vive en el país (a raíz de la crisis económica actual), los productos que comercializa tienen alta demanda en su localidad. Él constituye uno de los tantos cubanos que, forzados a ganarse la vida como puedan ante los bajísimos salarios que ofrecen los empleos estatales, se dedican a esta labor de demolición independiente.
Estrada Olivero, quien asume el sustento económico de su esposa y sus tres hijos menores de edad, encontró esta alternativa laboral luego de abandonar su trabajo para el Estado a causa de «conflictos con la institución».
Desgraciadamente, el fruto de una extenuante jornada de trabajo le ha sido decomisado más de una vez por las fuerzas del orden debido a la ilegalidad de su oficio.
Como muchos otros que encuentran un modo de sobrevivir de la misma forma, su caso constituye un ejemplo más de las alternativas a las que se ven obligados a recurrir los cubanos para sobrellevar la crisis que vive el país.
La Central Nuclear de Juraguá fue un proyecto impulsado por Fidel Castro Díaz-Balart que se vio truncado luego de la caída del campo socialista de Europa del Este, idea que paradójicamente se comprometía con otorgar miles de puestos de trabajo a los residentes de Cienfuegos.
El pueblo que se construyó en las proximidades de la estructura abandonada, la Ciudad Nuclear, quedó con una gran parte de sus habitantes sin funciones laborales, medio desamparados luego de haber estudiado por años en universidades soviéticas para desempeñar su profesión en la Central.
El territorio, dejado a un lado por el Gobierno de la isla, ha servido de inspiración para numerosas películas y documentales, pues los residentes aún no superan la desorientación que les causó ver desaparecer su futuro de esa manera.
Las personas que se dedican a acudir diariamente a arrancar alambrones y ladrillos del inmenso edificio, llamados «los picapiedras» a nivel local, aparentan ser los únicos que divisaron cierto provecho en aquel fracaso.