Alberto Yarini Ponce de León era de complexión atlética y gran porte, de un indiscutible magnetismo, aunque no de gran estatura. Este veinteañero aristócrata de principios del siglo XX, nieto de la Marquesa de Aguas Claras y Condesa de Villanueva, fue el más célebre chulo cubano de todos los tiempos, conocido como el Rey de San Isidro, pues esta era la principal zona para estos asuntos en La Habana de la época.
La vida del también llamado “Gallo de San Isidro” dio un giro significativo cuando conoció a Petit Bertha, una hermosa joven francesa de ojos azules llegada a La Habana en 1909.
Yarini fue el más joven de tres hermanos, nacido en La Habana el 5 de febrero de 1882; dominaba el idioma inglés, pues lo había estudiado en los Estados Unidos, pero requería de expresarse con cadencia para ser entendido.
Solía frecuentar tanto el teatro y la ópera como la Playa de Marianao, el café Vista Alegre de Belascoaín (entre San Lázaro y Malecón), el muy famoso salón de baile de Carlos III e Infanta, el del Círculo de Artesanos de Santiago de Las Vegas y el de La Verbena en 41 y 30 (Marianao), y la Acera del Louvre, como la mayoría de la juventud acaudalada del momento.
Siempre se mostraba impoluto, con traje a la medida y ostentosos útiles y ornamentos, con costosos perfumes, elegancia, estupendos modales y una increíble simpatía y galantería con las muchachas.
Su biógrafa, Dulcila Cañizares, cuenta que este comportamiento era totalmente distinto al que mantenía en el ambiente de San Isidro, donde todos debían rendirle pleitesía y hablarle en tono bajo y complaciente.
Alberto Yarini disfrutaba de encamarse con damas de alcurnia, esposas de acaudalados empresarios y mujeres que trabajaban para él en la marginalidad; era uno de sus principales pasatiempos. Fue un hombre “de doble filo”: todo un caballero a momentos y una bestia cruel en otros.
El Partido Conservador lo reclutó y lo impulsó a promover sus intereses partidistas en el barrio donde tanto poder asumía, sobre todo entre los conocidos miembros de la Sociedad Abakuá, a la cual también se piensa que el Gallo pertenecía.
Intentó en un momento de su vida abrirse camino hasta la Cámara de Representante y llegar a ostentar gran responsabilidad e influencia en los niveles superiores de la República.
Yarini solía acaparar toda la atención cuando paseaba por las calles de La Habana, ya sea sobre su hermoso semental blanco con la cola trenzada o acompañado de sus dos perros galgos.
Residía en Paula 96 junto a 7 de las 11 mujeres con las que mantenía relaciones estables, e iba a visitar a sus padres diariamente a la calle Galeano. Yarini indicaba cuál de ellas se sentaba a su derecha en el almuerzo y esa era la que recibiría sus favores nocturnos, aunque no sería nada extraño asumir que las veladas eran colectivas.
Podía ser la persona más servicial y caritativa, pero el trato hacia los contrarios políticos era muy diferente. Ejemplo de ello es el hecho de haberle partido la mandíbula al Cónsul norteamericano en Cuba por injuriar con elementos racistas a su amigo negro, un General mambí con quien se encontraba almorzando en el restaurante del Paseo del Prado.
Yarini y su nueva concubina se desenfrenaron explotando el hecho de que el dueño la Petit Bertha, el francés Luis Letot, se hallaba en París en busca de nuevas señoritas. A su retorno, el propio Yarini le notificó, aunque hubiera llegado a los oídos de Letot de todos modos, pues toda La Habana se enteró. La respuesta del francés fue “Yo vivo de las mujeres, no muero por ellas”, que, por muy precisa, no quiso decir que el señor pasó por alto la afrenta.
Letot quiso saldar las cuentas el día 21 de noviembre de 1910, preparándole una emboscada a Yarini. El cubano hizo acto de presencia en San Isidro No. 60 a las 8:00 pm, siguiendo las instrucciones de una nota de Bertha. Unos francotiradores le hirieron desde la azotea, atravesándole el hígado con un proyectil, aunque el mismo Letot le disparó en la calle. Yarini no pudo defenderse lo suficientemente rápido, pero su buen amigo Pepito Basterrechea, quien se encontraba junto a él, mató a Letot de una certera y limpia detonación en la frente.
Pero de toda acción, y sobre todo de este tipo, se espera una reacción, por lo que los aliados de Yarini buscaron venganza apuñalando a los franceses que velaron el sepelio de Letot.
Yarini, de solo 28 años, fue velado en Galeano, en casa de sus padres tras su fallecimiento el 22 de noviembre a las 10:00 pm., y enterrado el 23 rodeado de diez mil personas, entre las que había ricos y pobres, blancos y negros, policías y delincuentes, damas y prostitutas, proxenetas y profesores universitarios. Su esquela mortuaria fue encabezada con la firma de Enrique José Varona, y se dice que hasta asistió el Presidente José Miguel Gómez, siguiendo el ataúd hasta el Cementerio de Colón.
Se comenta que la gente asiste a la sepultura de Yarini, así como a la de Amelia Goyri, La Milagrosa, la cual se encuentra muy cerca de la suya, a solicitar su ayuda para aliviar dolores, conociendo que el Rey de San Isidro siempre atendía a los necesitados.
Con dos mundos recorridos, el de los ricos y el de los vilipendiados, el célebre chulo ha inspirado numerosos filmes, novelas, artículos, canciones y obras de teatro, que lo recuerdan con la frescura que tanto lo caracterizaba.