Los gastos generales e individuales de las principales figuras del gobierno cubano no son precisamente transparentes, como nada o casi nada en la administración comunista que ha regido en Cuba por los últimos 60 años.
La ausencia de esta información podría justificarse con su irrelevancia para informes tan técnicos como el de ejecución del presupuesto del Estado, o por el derecho a la privacidad (algo que el cubano común no tiene, pues este sí tiene que declarar sus ingresos para evitar la acumulación personal de riquezas, otro derecho no permitido para el pueblo).
El cubano que averigüe la cifra de sueldo de los altos cargos de la Revolución podría poner su vida en grave peligro, dado que esta, aunque no oficialmente, se considera secreto de Estado.
Todo cubano de a pie se ha preguntado cuánto cobran personas como Raúl Castro y cuán parecido es su estilo de vida al del resto de la población.
A Fidel Castro, desde sus momentos de mayor autoridad, le fueron hechas preguntas similares por parte de corresponsales de prensa extranjeros (jamás por un nacional), pero sus respuestas, como es normal para alguien con tanta labia, personalidad y astucia como la que tenía él, resultaron siempre poco esclarecedoras.
Se desconoce lo que «nuestros dirigentes» ganan, pero lo podemos imaginar, y no solo por el razonamiento lógico de si una persona es gorda y mofletuda es porque come bien.
El pueblo cubano, al que por ley se le demanda fidelidad política e ideológica y mucha fe en en un sistema que da un paso hacia adelante y dos hacia atrás, tiene el derecho de obtener respuesta cuanto antes.
Por ejemplo, sería una buena muestra de transparencia conocer qué porciento del presupuesto, y de los impuestos, se destina a suplir las necesidades y antojos de los dirigentes cubanos y sus familias. No debe ser poco teniendo en cuenta que tienen dispositivos electrónicos de último modelo, muebles y accesorios de todo tipo, ropa, banquetes, viajes al exterior, salarios de secretarias y personal administrativo en edificios y zonas residenciales pertenecientes a los más altos cargos, etc.
El público, es decir, los ciudadanos, debieran exigir declaraciones públicas sobre lo que hacen con el dinero del pueblo aquellos que ni a regañadientes quieren abandonar el escenario.