El que hace mucho más de medio siglo fue considerado como uno de los hoteles más famosos y acogedores de La Habana, el Perla de Cuba, hace décadas que constituye una cuartería de oscura y húmeda donde habitan personas de naturaleza humilde y que algunos tildarían de vulgar.
Virginia, una vecina que lleva residiendo en el inmueble por 40 años, nunca conoció la imagen de esplendor del antiguo hotel, pues ella solo ha podido presenciar su decadencia.
Cada cuarto, salón, comedor, oficina e incluso suite, ha sido transformado en una pequeña vivienda con improvisadas instalaciones de cocina y higiene (porque tenían baños, pero no lavaderos y tendederas, etc). Los pequeños cuartos fueron convertidos en viviendas permanentes, algo impensable para un hotel de tal categoría.
Más de 50 familias conviven en este edificio al punto del colapso, y más de uno se ha tenido que hacinar en locales de tránsito y albergues incluso más pequeños para huir del riesgo que representa la atormentada estructura sobre sus vidas.
Con su apariencia notablemente mugrosa y su privilegiada ubicación, el Perla de Cuba saluda a todos los transeúntes del habanero Parque de la Fraternidad, como también lo hacen numerosas edificaciones en su situación en la misma zona.
Ahí siguen, dejados a un lado para que la falta de mantenimiento haga sus estragos, esperando quizás que un trágico derrumbe haga paso a inversionistas extranjeros.
Si no, no se logra comprender el afán con que se construye una serie de hoteles que, al parecer, no recuperarán el capital invertido sino hasta unos cuantos años por delante, y dejen al amparo de las inclemencias del tiempo y la mala gestión las edificaciones levantadas hace 60 años.
Otras instalaciones aún funcionando, como el caso del Vedado-Saint John´s o el otrora Habana Hilton, también presentan avanzados niveles de deterioro, hasta el punto de mantener pisos completos cerrados o recibir una denuncia tras otra de clientes quejándose de la falta de higiene, aun cuando los precios continúan ascendiendo.
Pero bueno, están ahí visibles los cascarones de los hoteles Isla de Cuba (de 1888), el New York (1920) y el ya mencionado Perla de Cuba (1923), a solo unos metros de donde se alzan el Capitolio. Tres hoteles que quizás aguarden por ese desalojo paulatino, cauteloso, simulado que son los abandonos y olvidos inexplicables, un modo de colocar en manos del tiempo esa orden de mudar a todo aquel que no quedaría bien en la fotografía familiar de una ciudad que alguien ha reservado al mejor postor.
Resulta incoherente el proceso de inversiones, en el que se prioriza la apuesta por un “lujo” insostenible por parte de la isla, que provoca instalaciones vacías y constantes críticas de los que llegan a alojarse, frente a la posibilidad de ofrecer teniendo en cuenta la demanda para el turista “económico”.