Bares privados de lujo en La Habana, la vida que pueden permitirse pocos cubanos

Laritza Sánchez

Bares privados de lujo en La Habana, la vida que pueden permitirse pocos cubanos

El bar SaltZúcar, en la Avenida 31 del municipio Playa, solía cobrar 300 CUC por la reservación de una mesa en su zona VIP, aunque podía rebajar a 150 si el cliente se conformaba con una mesa simple.

Los mayores juerguistas podían gastar más de 300 dólares en una noche, y sin contar los 20 o 30 dólares de soborno a los guardias de la entrada, quienes aseguran que el lugar «estaba lleno».

La entrada, los cócteles, el taxi de ida y vuelta, la propina; todo se montaba sobre una cantidad excesiva que tampoco valía tanto la pena, pues muchos clientes se quejaban de que mejor calidad del servicio encontraban en cualquier bar del exterior de Cuba.

Los visitantes solían comparar las tarifas de este reconocido lugar a las de Miami, aún cuando el local resultaba «bastante normalito» y de apariencia común.

La tendencia abusiva de los servicios en las noches habaneras se diseminó con rapidez por todos los bares más sonados de la capital: Sarao, Don Cangrejo, King bar, HolaHabana, Shangri La o el Mixto (XY), probablemente impulsada por el gran boom turístico de hace más de 5 años, que generó tal nivel de popularidad y clientela en La Habana que todos los negocios privados podían darse el lujo de cobrar lo que quisieran por un servicio habitual.

La élite cubana de «nuevos ricos» comenzó a inundar entonces la vida nocturna habanera con lujos e ilegalidades. Mientras, la mayor parte de la población cubana no podía ni soñar con ganar el dinero que una de esas personas gastaba en una noche en uno de esos antros.

La realidad es que en Cuba, desde antes de llegar la pandemia de coronavirus, ya existían pocos lugares a los que los cubanos comunes, los que viven de su salario, podían asistir para disfrutar de una noche con pareja o amigos sin tener que andar con más de 4.000 CUP en la cartera.

Uno que solía trabajar de portero en un famosa discoteca del Vedado cuenta que eran lugares dirigidos casi exclusivamente a extranjeros, pero luego comenzaron a estar invadidos por nacionales de gran nivel adquisitivo o de alcurnia y por cubanos que venían bajo la sombra de un extranjero o buscándolos. Estos locales no apoyaban la prostitución, pero nada se podía hacer en contra, porque si se ponían muchos requisitos, perdían clientela, y todos los trabajadores de este tipo de garitos conocen perfectamente el objetivo que tienen la mayoría de los turistas que se acercan.

Los dueños y los que atienden la barra agradecían, de hecho, las contribuciones de las trabajadoras sexuales a sus negocios, pues los turistas no se molestan en pagar más de 40 dólares por uno de estos servicios si se encuentran en la calle, mientras que en estos lugares se embullan y gastan hasta lo que no tienen.

Todo indica, sin embargo, que ya ha emergido un tipo de cliente cubano que puede darse lujos como de gastarse 5.000 CUP en una noche viviendo en Cuba. Hijos de mami y papi se han establecido dentro de la élite de estos locales y, sobre todo, recalcando que ellos pueden y el resto no.

Definitivamente, la fuente de esos recursos con los que se hacen estos jóvenes, en su mayoría menores de 30 años, no consiste en un trabajo convencional.

Lisandra es una joven que, cuando había extranjeros entrando y saliendo del país con regularidad, vivía yendo a algunos bares, pagando un trago y revisando a ver si pescaba a un «yuma» que le invitara a unos cuantos tragos más. Comenta que a veces había sexo, pero en otras simplemente pasaban el rato; podía ser que le dejara algo o no, ella se divertía igual. Cuando podía, iba a SaltZúcar, pero de vez en cuando solo iba a La Gruta y después a Pico Blanco porque le quedan más cerca de casa.

En la misma situación estaba Yobel, de 22 años, aunque él prefería las discotecas del Vedado para sus rondas. Trabaja como albañil y reunía todas las semanas para comprarse ropa e ir a estos lugares y así encontrar una extranjera que lo sacara del país, por lo que lo veía como una inversión para el futuro.

Dice que a veces prometían de más, otras dejaban dinero y prendas de vestir, otras solo sacan a pasear, pero siempre uno sale satisfecho de la experiencia.