Las aficiones del cubano son diversas. La mayoría deviene de un quehacer diario que, poco a poco, se vuelve rutina y, luego, tradición cultural del pueblo. El dominó es un gran ejemplo: una mesa en cada esquina, punto fijo en cada fiesta; sin embargo, en Cuba no es reconocido como deporte, aunque seguro aquí existen numerosos (as) jugadores(as) capaces de ganar una Copa Mundial. Muchas otras disciplinas deportivas reconocidas en todo el mundo aquí son consideradas más bien pasatiempos. Tal es el caso del póker, bingo, juegos de naipes (todos prohibidos en el territorio dada la política de no al juego ni a las apuestas, y que muchos juegan sin dinero de por medio o clandestinamente) y el billar. Este último, recuerdo, se puso de moda durante par de años hace poco más de un lustro, sobre todo entre la población juvenil.
Me apresuro a conjeturar que en ese período una parte del sector cuentapropista notó la reciente afición de los adolescentes por el dicho hobby. Surgió así una oleada de nuevos establecimientos destinados a muchachos de entre 14 y 18 años (los que no pueden legalmente ir a un bar ni beber, pero sí pasar un rato agradable con amigos en una entidad de ocio sin bebidas alcohólicas ni estupefacientes). En realidad, el billar poco antes no era ni de cerca un pasatiempo, digamos, “popular” en Cuba. Pero una vez lo fue, hace alrededor de cuatro (o unas cuantas más) generaciones atrás.
Alfredo de Oro, el primer y único cubano campeón mundial de billar, desarrolló un gusto particular por este singular deporte de precisión. Nacido en Manzanillo, el joven Alfredo, de 15 años de edad, aprendió a jugar billar cuando su hermano lo llevó por primera vez a un salón. La certeza de los tiros, las estrategias, los cálculos y las carambolas enamoraron perdidamente al sujeto. Tras esfuerzos y arduas jornadas (y aptitud para el deporte, por supuesto, muy importante), a los 18 años derrotaba a los jugadores más experimentados del país.
Compitió en el Campeonato de Estados Unidos en 1887, donde empató en el primer lugar, aunque se adueñó del título tres años más tarde. Integró el Gran Campeonato del Mundo desde el año de 1893, donde obtuvo el galardón tras enfrentarse al campeón inglés. Lo mismo ocurrió en 1904.
Alfredo, oro de apellido y de alma, se proclamó campeón mundial de billar 31 veces en varias modalidades, de ellas 18 fueron de forma consecutiva, marca a la que ningún otro billarista ha logrado acercarse (al parecer, los deportistas cubanos tienen facilidad para lograr marcas mundiales inquebrantables, facilidad y habilidad, como Sotomayor en el salto).
En 23 años de carrera deportiva, de Oro acumuló una impresionante galería de méritos, en los que solo perdió cuatro matchs individuales y, además, ostenta el récord de haber hecho 93 bolas en un tiro. Fue reconocido en 1999 como el cuarto mejor jugador de todos los tiempos en el mundo, en una muestra de 50 jugadores, por la revista norteamericana Billiards Digest. De Oro se retiró del mundo competitivo en 1934, en Estados Unidos, donde murió en 1948, a los 85 años. Por sus resultados, fue incluido póstumamente en 1967 en el Salón de la Fama de Billaristas de América, honor que muy pocos jugadores han podido ostentar.
El personaje me recuerda a Donald en el País de las Matemáticas, filme norteamericano infantil que evidencia la relación de esta ciencia con, básicamente, toda actividad realizable (ojo, no estoy comparando a Alfredo de Oro con un pato animado, que conste), donde una mesa de billar protagoniza uno de los pasajes más emblemáticos. Tiza, taco, trozos cóncavos de marfil, paño verdoso, bandas y troneras: el billar es mucho más complicado de lo que parece, requiere de muchísima precisión y destreza, de averiguar nuevas rutas, predecir hasta dónde rodará la bola cuando rebote y a qué ángulo se debe posicionar el jugador para lograr su objetivo. Cada elemento juega un papel en la dinámica.
Las tradiciones que han calado el día del cubano se encuentran en una evolución ininterrumpida. ¿Quién podría imaginar cómo será Cuba de aquí a cien años? ¿Si las mesas de dominó seguirán en cada esquina, donde cada cual se acompaña por un vasito de ron? Tal vez en ese entonces el billar será nuestro deporte nacional, y así la nula presencia de isleños en Campeonatos Mundiales de esta disciplina se remedie, para así rendirle homenaje a Alfredo de Oro que, creo yo, verdaderamente se lo merece.