No fue tan famoso como el de París, y, por supuesto su esplendor no se podía comparar; pero, en La Habana, como en París, existió en tiempos de la colonia un teatro picaresco conocido como Molino Rojo.
Se encontraba situado en la calle Galiano, que a finales del siglo XIX era todavía una “calle de población”, muy lejana en aspecto y bullicio a la gran vía comercial en que se convirtió durante la República.
Se conoció primero el lugar como la Colla de San Mus, y fue uno de los lugares preferidos de reunión de los habaneros, pues se encontraba rodeado de bellos jardines en los que se podía socializar antes y después de las funciones. No se puede precisar en qué momento sus promotores decidieron cambiar su nombre por el Molino Rojo, pero todos concuerdan en que sucedió después de 1889 (año en que se fundó el cabaret parisino), cuando los cubanos y peninsulares que llegaban a La Habana procedentes de la Ciudad Luz, contaban, maravillados, sobre el picante esplendor del Moulin Rouge de París.
Con el paso de los años, y ya entrando el siglo XX, fue perdiendo prestancia y cediendo en el favor de los habaneros que preferían pasar las noches en los espectáculos burlescos del Teatro Alhambra.
En esos años abandonaría el nombre de Molino Rojo para comenzar a llamarse Teatro Cuba, nombre que tiempo después dejaría también para adoptar el de Teatro Cubano.
Sin embargo, su suerte estaba ya echada. El proceso de urbanización acelerado que vivió La Habana durante las primeras décadas del siglo XX disparó el valor de los terrenos donde se encontraba emplazado el antiguo teatro y sus propietarios juzgaron que resultaba mucho más rentable eliminar los jardines, demoler el viejo inmueble, parcelar, vender una parte del lote y construir un teatro más pequeño y moderno; más adaptable a las exigencias de los nuevos tiempos.
Este teatro fue el Regina, en Galiano entre Neptuno y Concordia, que con el triunfo del cinematógrafo en la preferencia del público se dedicó al mucho más rentable negocio de proyectar películas. Años después y tras una gran reforma se convertiría en el Radio – Cine; la más lujosa sala cinematográfica de Cuba en su momento.