Andrés, un señor que ahora recoge botellas vacías en un extenso tramo de carretera desde la playa hasta el malecón de Caibarién, aseguró que el pueblo hace un año se encontraba repleto de turistas, los que se paseaban mucho por la playa, tomaban fotografías de los pescadores y hasta compraban el pescado.
Villa Clara no es una de las provincias más turísticas de Cuba en comparación con Matanzas y su Varadero, Pinar del Río y su Viñales, Sancti Spíritus y su Trinidad, Santiago de Cuba y La Habana, pero esta provincia tiene a Santa Clara, una de las ciudades más lindas de la isla, tiene a Remedios y a sus parrandas, y tiene a Los Cayos, pertenecientes al municipio Caibarién.
Andrés solía recoger latas porque eran mucho más livianas de recolectar y transportar, pero ya no hay muchas latas por doquier porque nadie toma cerveza ni refresco en la calle (por supuesto, pues no hay refresco ni cerveza en ningún lado).
Andrés, los pescadores, los dueños de hsotales, los vendedores de artesanías, etc; todo el mundo extraña los tiempos de bonanza en el poblado gracias a los turistas que por allí pasaban.
Caibarién siempre ha sido reconocido como un municipio próspero, de gente con chispa para los negocios, de gente adinerada y con fachadas ostentosas en sus viviendas, al igual que Placetas y Camajuaní en la provincia. Al ser un municipio costero del norte de Villa Clara, ha sido el punto de partida de miles de expediciones de balseros hacia “un destino mejor” mar adentro. Sus habitantes han vivido siempre del turismo, de la emigración y del mar.
Andrés recordó los tiempo de mayor auge de emigrantes desde Caibarién, cuando la gente fabricaba sus “chapines” dentro de sus casas para evitar las sospechas de las fuerzas del orden.
Ahora se está dando una nueva estampida de emigrantes cubanos desde ese municipio. Contó que ha visto gente irse en balsa y regresar con un buen dinero al pueblo, a invertir y a gastar.
Caibarién era bastante concurrido con turistas internacionales cuando todavía existían pocos hoteles en Los Cayos, por lo que se llenó de hostales rápidamente, gracias a que muchos se endeudaron para poder acondicionar su casa. Los que los visitaban frecuentemente, buscaban mezclarse con los nativos y experimentar el folclor.
Pero el levantamiento de grandes y lujosos recintos en Cayo Santa María desvió la atención del poblado y, poco a poco, fue siendo olvidado. Los ómnibus de turistas que transitaban hacia el pedraplén del cayo extrañamente se desviaban hacia el pueblo. Los Jardines del Rey florecieron, pero su raíz fue muriendo.
Isabel Gómez, expropietaria de un hostal que ahora sirve como merendero hasta el verano, comentó que el deterioro que sufre el centro de la ciudad ha provocado que los choferes de las guaguas de turismo se desvíen de la ruta del otrora esplendoroso pueblo.
Los cuentapropistas, en los incontables puestos de venta distribuidos a lo largo de la calle principal, ofertan galletas a 25 CUP y cigarros revendidos. En casas de madera se exhibe ropa importada en oferta, y antes se podía encontrar en ellos champú, jabones, gel de baño y toallas, producto del contrabando de los materiales y alimentos sacados de la planta hotelera.
Un pescador local, Alberto, sentenció que el turismo era la salvación del pueblo. Algunos viajeros que pasaban por ahí lo hacían hasta con la intención de consultarse o a filmar videos de santería, y pedían los platos caros en los paladares, y mantenían con vida los hoteles que cerraron y dejaron a medio pueblo sin trabajo durante estos meses.
Caibarién se ha transformado en un pueblo mustio con edificios opacos, solamente alborotado por las largas filas que se extienden fuera de la tienda en MLC del centro. La subsistencia de la mayoría de los caibarienses continúa, a duras penas, sobrellevando que el pedraplén hacia los hoteles se vea tan inhóspito.