Son pocos los que recuerdan que en la intersección de las calles 23 y Malecón en el Vedado habanero, se hallaba un obelisco o farola que, según algunos, estaba dedicado al Héroe Nacional José Martí. De estilo ecléctico, en él se mezclaban elementos del Art decó con el Art Nouveau en una rara mescolanza que no era del agrado de muchos.
El obelisco que existió hasta los primeros años de la década de 1960, se construyó en la década del 30 sobre las ruinas de otro monumento esculpido por Sicre (y de mayores valores artísticos) que había sido erigido en los últimos años del gobierno del general Gerardo Machado y destruido por el pueblo tras el derrocamiento de este.
Construido a la carrera, el nuevo monumento no tuvo muchos admiradores. Los críticos los consideraban feo, cursi e inútil, pues el fanal que se había colocado en su punto más alto con el objetivo de darle prestancia se perdía entre las luminarias del Malecón y molestaba a los conductores. El aspecto del monumento y la luz en la parte superior provocaron que los habaneros comenzaran a llamarlo “La Farola” de forma burlona.
Uno de los mayores detractores del obelisco de 23 y Malecón fue el periodista Jorge Mañach, quien en varios artículos cargó contra su existencia llamándolo “desperdicio lamentable de un bello lugar”.
En 1951, el periodista propuso al Ministerio de Obras Públicas que demoliera la “farola” y construyera en su lugar otro obelisco de mayor prestancia y altura que rindiera homenaje al cincuentenario de la República y estuviera dedicado a Carlos Manuel de Céspedes.
Sin embargo, el Ayuntamiento de La Habana no le hizo el menor caso y el obelisco de 23 y Malecón perduró casi dos décadas más, hasta que muy deteriorado por el paso del tiempo y los elementos naturales fue demolido por órdenes del municipio.
Tras su desaparición nadie extrañó la “farola” y casi todos se olvidaron de ella. Prueba de que no marcó para nada la existencia de los habaneros, a pesar de encontrarse en la más privilegiada de las posiciones.