La historia de la Mata Hari se ha repetido en más de un país. En Cuba también existió la propia: Marita Lorenz, una espía que tuvo en sus manos la posibilidad de matar a Fidel Castro, pero que en el intento le ganó el amor.
A principios de 1960, la ‘Mata Hari del Caribe’ empacó unas pastillas letales en un tarro de crema rejuvenecedora. El destinatario era el recién posesionado Jefe de Estado cubano, Fidel Castro, su amante durante los últimos ocho meses. Conoció a Fidel en La Habana en febrero de 1959 cuando ella tenía 19 años y él 33.
“Me sentía incapaz de llevar a cabo la misión que me habían encomendado. No iba a matar a Fidel, no fallé, como otros cientos que lo intentaron después. Sencillamente, fui incapaz y no me arrepiento”, explicó 50 años después en entrevista ofrecida al diario El País.
El punto de quiebre llegó cuando en la habitación del hotel Habana Libre, que solía compartir con Castro, abrió el bote de crema comprobó que las pastillas se habían desintegrado y solo quedaba una masa pastosa del arma que debía de acabar con la vida del líder de la revolución. Fue la señal; un golpe del destino que cambió el rumbo de su vida, la de Fidel, y la historia de Cuba y no se sabe el de cuántas naciones más.
“Lo tiré por el bidé”, relata tranquila. “No se iba por el desagüe y tuve que empujarlo, hasta que despareció del todo. Entonces me sentí libre. No lamento no haber matado a Fidel, al contrario: es la decisión de la que estoy más orgullosa en mi vida”, dijo para El País.
Cuenta la leyenda que la rodea que Fidel Castro llegó a enterarse del intento de asesinato y le entregó su pistola y le dijo: “pues haz lo que viniste a hacer, mátame”, a lo que ella respondió: “no puedo”.