Alamar es un reparto muy particular. A unas cuantas paradas de autobús del municipio Habana Vieja, Alamar se destaca por, entre otras cosas no dignas de portadas de periódicos, “matasones” por entrar en un P11, la marginalidad que desde hace más de dos décadas se acumula en la zona, y la arquitectura y urbanística que desde su concepción hasta las nuevas actualizaciones puede llegar a caracterizarse, y ha sido caracterizada por el gran arquitecto cubano Mario Coyula, como una “sopa de bloques” que “puede tener arreglo”.
La verdad es que, a pesar de la innovación que representó para su época las denominadas microbrigadas, y teniendo en cuenta que lograron apoyar las soluciones para los grandes problemas de vivienda de una gran parte de la población capitalina, Alamar es un desastre, desde un punto de vista arquitectónico. Y no lo digo, lo dice Coyula.
El producto final del proyecto fue el resultado inevitable de una manera de enfocar la solución del problema de la vivienda social.; fue la concentración de buenas y malas prácticas de una concepción muy rígida y centralizada, donde el pueblo, beneficiario principal de la gran mayoría de los apartamentos construidos, se limitó a su uso como fuerza de trabajo.
Por supuesto, los principales interesados en que quedaran bien edificadas las viviendas resultaban los mismos obreros, a los que, como dato curioso, se les proveía de exquisitos emparedados de queso azul hecho experimentalmente en Cuba que tiraban a la basura con la idea de que su apariencia se debía al mal estado del queso.
El proyecto urbanístico fue concebido por un equipo técnico multidisciplinario que comprendía arquitectos, ingenieros y técnicos medios, en su mayoría de la CUJAE, bajo la dirección del arquitecto Humberto Ramírez. Parte de la culpa se acarrea a que pretendieron reproducir el estilo de la otrora Unión Soviética, exportando el modelo de micro-distrito con bloques aislados prefabricados, sumisamente copiado a todo lo largo del país. Por ahí, los tiros no iban mal: la concepción tenía amplitud y, a la vez, espacio para albergar miles de personas, pero, seamos realistas; los constructores que erigieron tantos edificios al este de La Habana no estaban ni medianamente capacitados para la tarea. No sabían construir y, a veces, ni siquiera estaban habituadas al trabajo físico: no se podía esperar el reparto que fuera Premio Nacional de Arquitectura.
Y no solo el proyecto, con su ausencia de elementos de mobiliario urbano (como garajes, cercados y bancos) o la falta de visión de futuro para reservar espacios en plantas bajas para comercios y servicios; Alamar se ha venido oscureciendo con el tiempo y el “mimo”. Cercas improvisadas y desiguales hechas con desperdicios, así como facilidades imprescindibles para el abastecimiento básico de la población, fueron ya después construidas o adaptadas por los habitantes de manera improvisada y caótica, o se resueltas por el Estado de forma no mucho mejor.
Y no vayamos a hablar de la organización: la zona 1 está en el medio, o más hacia el este; y la zona 6 es la primera, o al revés, Micro X sí está en casa de la yuca; es un reguero. Si se ve el espacio desde un helicóptero, es fácilmente perceptible que el o los que planearon semejante absurdo no estaban en sus cabales en el momento. Como dice Coyula, “Alamar llegó a ser la pesadilla de los carteros. Si poder identificar el lugar donde uno vive es tan complicado, algo anda mal”.
Son muchos, la mayoría, demasiados quizás los cubanos que se toman la construcción de sus viviendas de primera mano. En Alamar, sin embargo, recayeron en acondicionamientos que, aun teniendo en cuenta la falta de recursos, el encarecimiento de la materia prima y que uno coge “lo que encuentra” para arreglar el techo que gotea, no más absurdos que prácticos. Entre ellos se encuentran los famosos voladizos, categoría en la que entran habitaciones enteras, balcones, etc.
Un arquitecto constructor afirma que para este tipo de proyecto, por ejemplo, un balcón en voladizo, “cualquier intervención de la fachada del edificio debe ser consensuada con la administración. Y dependiendo del tipo de balcón, seguir el trámite en la municipalidad porque sería alterar el número de metros cuadrados de superficie útil de una propiedad”. Por supuesto, los vecinos de Alamar se saltan uno (o todos) los procesos de licencia, porque ningún proyectista cuerdo permitiría modificaciones tan aberrante en cada esquina de cada manzana de cada zona del reparto.
Como afirma Coyula, “casi 100 mil personas han encontrado un techo en Alamar, pero les falta casi todo lo que requiere la vida en una ciudad. Todavía hay tiempo”.