Si a un habanero de más de 30 años le nombran a Marcelo Ricardo Chacón Justiniano quizás no le diga muchos, pero si le hablan del Taíno Tatuado entonces es muy difícil que no le venga a la mente su imagen.
Este peculiar personaje era común verlo hace solo unos décadas recorriendo las calles de los poblados de Casablanca, Cojímar, el Malecón habanero, o cerca de la zona de la Iglesia de Regla.
Era todo una orquesta ambulante, andando por la capital cubana con una vieja tumbadora colgada al hombro, unas pequeñas laticas llenas de municiones que llevaba amarradas en sus los pies como maracas y una filarmónica. Con estos instrumentos hacia su show, que se convirtió en un gran atractivo para los turistas, y también para los cubanos, quien siempre reían sus chistes.
Chacón, como lo llamaban sus amigos y vecinos, nació en 1929 en la ciudad matancera de Ceiba Mocha, pero siendo aún un niño su familia se mudo al poblado de Casablanca, al pie de la Bahía habanera, donde comenzó a trabajar en la Marina de Guerra del Distrito Naval. A finales de la década de 1950 cae preso al descubrírsele sus tatuaje y es expulsado de forma deshonrosa de este cuerpo armado. Entonces comienza a trabajar en un sillón de limpiabotas al bar El Chalet, a solo unos metros de su vivienda, donde vivió hasta su muerte.
En 1969 vuelve a caer preso y tras salir en libertad trabajó en la Dirección de Servicios Comunales (Áreas Verdes) del Poder Popular de Guanabacoa.
El Taíno Tatuado comenzó a llenar su cuerpo de tatuajes en su época de marinero, cuando era un practica frecuente entre el gremio. Para grabarse la piel, se inspiraba en sucesos del vecindario, conmemoraciones religiosas, nombres, lugares donde estuvo…
La mayoría de los tatuajes se los hizo Salaíto, un “ambientoso” de Regla; el mejor en esto y gran jugador de billar. Estaba pelón y en la cabeza tenía un pulpo cuyos tentáculos bajaban por el rostro y el cuello. Como complemento, abajo de la mollera mostraba un moñito, al cual le adicionaba guisasos y plumas.
No faltaban tampoco las argollas en la nariz y las orejas. En el pecho podía verse el dibujo de un tiburón y una niña, en memoria de un hecho real sucedido en Cojímar; en las piernas mostraba a los jimaguas; en el labio estaba el nombre de la madre y en las nalgas jugaban un gato y un ratón. Sin dudas, estaba entre los tres hombres más tatuados del mundo. En el cuello y los pies lleva manojos de collares y pintaba en sus ropas imágenes de indios y cosas que estuvieran en el bombo.
Siempre fue muy respetuoso y querido por todos los casablanqueños. Se montaba en el ómnibus o en la lancha, tranquilo, y hacía sus payasadas. Los niños le gritaban: “¡Chacón!… ¡Chacón!” Entonces, él se daba muy fuerte en la cabeza haciéndola sonar. Los adultos, al ver eso, nos preguntábamos: “¿A ese no le duelen los golpes?”.
Nunca se casó ni tuvo una verdadera familia. Cuenta la leyenda que antes de morir de un infarto, en el año 1999, donó todo el dinero que tenia reunido, unos miles de pesos, al circulo infantil del poblado de Casa Blanca.