Es miércoles por la mañana y varias personas se concentran en la sede de la organización no gubernamental Idas y Vueltas, que asiste a inmigrantes en Uruguay. Entre ellos se encuentra Dainier Pacheco, que en un banco que improvisa como mesa de trabajo, apoya sus tijeras, peines y rasuradoras. En un taburete de madera se sienta el primer joven y comienzan a hablar sobre el peinado que quiere.
Pacheco es cubano y uno de los tantos que recibieron la contención de Hendrina Rinche Roodenburg, presidente de Idas y Vueltas. A modo de devolver la ayuda que esa mano le brindó en algún momento, decidió que dedicaría su día de descanso en la semana a ayudar a los demás.
De Ciego de Ávila a Montevideo
Era época navideña y justamente a la mañana siguiente se reunirían varios miembros de su familia para compartir como suele hacerse en estas fechas. Justamente por ellos, Pacheco estaba dispuesto a comenzar un viaje que le permitiera garantizar un futuro mejor a su gente.
Al año siguiente llegó a Uruguay, alejado del ron y de las playas cubanas. Atrás quedaron sus hijos, sus hermanas y sus padres.
Su llegada fue muy dura. No tenía ni siquiera un sitio en el que dormir y el dinero se le acabó rápidamente. Un garaje del Centro, que alquilaba por $100, fue su casa durante los primeros meses. Allí dormía junto a su hermano de vida, Osleydis Yera Alonso, también inmigrante cubano.
Su empresa no era fácil. Tenía que comenzar de cero en un país que no era el suyo y con tan solo $300 dólares en sus bolsillos. Extranjero, sin documentos y con un título de Licenciatura en Administración Economía y Salud, Pacheco consideró que la vía mejor para salir adelante era la de enfocarse en lo que le apasionaba y que estaba seguro que le permitiría generar algunos ingresos: la peluquería.
No le fue nada mal. Entre una cosa y otra pudo tener su primera oportunidad pelando una barbería del barrio Lezica, pero en la actualidad trabaja en una peluquería de alta gama y se siente muy agradecido por las oportunidades que le brindó ese país.
En Cuba se encuentran sus hijos Maicol y Melanie. La distancia es muy fuerte, pero saber que está haciendo todo porque puedan tener un mejor futuro, lo anima a seguir adelante.
“Cada uno de los pasos que he dado han sido pensando en un mejor futuro para ellos, eso lo primordial y lo que más necesito: que estén bien. Aunque no estemos cerca yo sé que nunca les va a falta nada mientras yo pueda luchar aquí. Espero pronto poder traerlos para acá, junto con mi familia”, dice con firmeza.
Positivo y autodidacta: así es este cubano que en sus ratos libres comenzó a estudiar lo que le apasiona.
“En Cuba era muy complicado poder ver tutoriales por Internet, pero aquí si pude darme gusto. Mis amigos fueron mis primeros clientes y mira ahora, ya me defiendo y bastante bien”, añade.
Lo que era un hobby al principio, terminó convirtiéndose en un oficio.
“No tiene nada que ver con lo que yo estudié en la Universidad. La administración de una empresa no guarda ningún tipo de relación con los cortes de pelo. Pero pienso que las cosas que uno se propone, si le pone todo el interés, puede lograrlo”.
Gracias a la ayuda que recibió en Uruguay pudo lograr el trámite de su visado para ser residente. Es por ello que, a modo de devolver en parte el gesto solidario hacia la asociación, se ofreció a brindar sus servicios gratuitamente para los migrantes que se acerquen.
De jueves a martes Pacheco trabaja en una peluquería, pero cuando llega el miércoles, su día de descanso, sabe que lo esperan en Idas y Vueltas.
Es común que se reúnan ese día varios migrantes que, mientras esperan para cortarse el cabello, sueñan con una mejor oportunidad para encontrar trabajo y salir adelante. Para Dainier Pacheco, el poder ayudar a otros es una satisfacción muy grande.
“Lo hago con todo el amor del mundo porque en realidad amo lo que hago y lo seguiré haciendo hasta que tenga fuerza”, dice.