Gran parte de lo que hoy se conoce como municipio Playa, tiempo atrás fue Marianao. Un pedazo en específico, estamos hablando de todo lo que se encuentra en la parte izquierda de la Quinta Avenida entre las calles 112 y 120, desde los años 1920 hasta 1950, fue reconocido por su gran atractivo a pesar de ser uno de los lugares más modestos, llegó a ser considerado como un foco popular y de bailes como el son y la rumba que actualmente ponen en alto en nombre de Cuba internacionalmente.
A esta zona acudían personas de todo tipo, desde los más humildes hasta personalidades de reconocimiento mundial, todos reunidos en un mismo lugar porque tenían en común el gusto por la buena música la cual se podía disfrutar en bares, discotecas y cabarets, que aunque no eran de primera categoría contaron con las presentaciones de Benny Moré, Juana Bacallao, Tata Güines, Arsenio Rodríguez, Carlos Embale, etc. Algunos de estos sitios eran el Rumba Palace, Pensilvania, La Taberna de Pedro, Los Tres Hermanos y otros un poco más ordinarios como La Choricera, donde el piso era tierra y las mesas de madera, posicionados todos en la senda izquierda de este tramo.
Este trozo de Habana, de son y rumba, de luces, de gente, de pecado llamó la atención de varios famosos de la talla de Errol Flynn, Marlon Brando, Pedro Vargas, María Félix, Gary Cooper, entre otros más.
Justo en frente de todos estos sitios que inundaron la noches de las calles de la Playa de Marianao, se encontraban puestos de venta de pan con lechón, tamales, frituras y demás comestibles, pero el de principal demanda fue las fritas, de ahí que le comenzaran a llamar “Las Fritas de la Playa de Marianao”.
Avanzado el tiempo, se fue alcanzando un desarrollo tal por la cantidad de centros para bailar y balnearios que Playa terminó convirtiéndose en el destino de fiesta predilecto por los que buscaban diversión.
Entre los artistas que presentaban su música, cabe mencionar a aquel que destacaba por su presencia, algunos lo recuerdan por su forma de vestir extravagante, otros porque armaba un show excéntrico con botellas de agua, sartenes y gritos, quizás uno que otro pudo avistar letreros por las calles con su nombre escrito con tiza blanca, pero en realidad se ha de reconocer porque era un músico de gran intuición y ritmo que alcanzó su merecida popularidad por su maestría con los timbales. Este artista era nada más y nada menos que Silvano Shueg Echevarría alias “El Chori”.
A pesar de que solo compartió su arte en los bares de La Playa, desde 1920 hasta 1960, y no grabó discos, quedó para la historia como lo que fue, un genio de la música que engrandeció las noches de La Habana con su talento.