Cada vez que cuenta su historia, Jorge, ya mayor, no puede evitar sentirse muy triste. Poder ver a su hijo sólo dos veces en 20 años porque los gobiernos de Cuba y Estados Unidos son incapaces de entenderse es muy duro para cualquier padre.
Más cuando, hace mucho tiempo, en sus manos estuvo la decisión de dejarlo ir o retenerlo y optó por lo primero.
Otros padres han tenido mejor suerte que la suya y han podido viajar a los Estados Unidos para ver a su hijo, pero ese no ha sido su caso.
Por eso a veces le pesa la decisión que tomó hace casi dos décadas cuando dejó que su hijo se marchara con su madre a vivir fuera de Cuba.
Fue una decisión muy difícil, la más difícil de todas las que ha tomado en su vida. Estaba muy reciente el caso del niño Elián González y las autoridades cubanas eran más que quisquillosas con la salida de cualquier infante.
En el caso de su hijo llegaron a retenerle el viaje mientras investigaban si tenía alguna deuda con el Banco Nacional de Cuba… ¡una deuda, un menor de once años!
Cuando venció todos los trámites lo dejó en manos de Emigración en el aeropuerto para que pasara la última barrera… sintió que se le rompía el alma.
Lo abrazó muy fuerte y le dijo que sería un viaje muy corto, que pronto estaría con su mamá y que no pasaría mucho tiempo hasta que pudieran volverse a ver. Pasaron diez años en esa primera ocasión.
Su hijo regresó hecho ya un hombre y estuvo diez días en Cuba. No volvería de nuevo hasta una década después, cuando ya alcanzaba los 30, en una visita muy rápida a bordo de un crucero, a donde su padre fue a abrazarlo una vez más, porque para él continuaba siendo su niño.
Con el paso de los años se aprende a vivir con el dolor, pero este permanece clavado, presto a hacer daño una y otra vez.
A Jorge, como a tantos padres que han sufrido la separación de sus hijos por antagonismos políticos con los que nada tienen que ver, sólo les queda la esperanza de que un día cambie todo…