Nunca ha llegado a saberse con exactitud qué fue lo que impulsó al acaudalado farmacéutico Ernesto Sarrá a ordenar la construcción de un fastuoso castillo medieval en el corazón de Mantilla, uno de los barrios más humildes de la capital cubana.
El castillo pasó a manos de su hija Celia como regalo de bodas cuando esta se casó con Octavio Averhoff y desde entonces, la pareja convirtió el palacete de estilo inglés en su residencia. Los residentes de la zona comenzaron a llamarlo Castillo de Averhoff.
Nunca fue la residencia estable del matrimonio. Los Averhoff vivían en una mansión en el Malecón de La Habana, y solo pasaban temporadas en el castillo y lo hacían siempre con numerosos invitados.
En la construcción del castillo se utilizaron piedras azules extraídas de una cantera cercana, las tejas fueron traídas desde Chicago, el granito y los mármoles desde Italia y la madera de Sudamérica. El resultado fue una construcción de tres plantas, una para recibir visitas y organizar fiestas; otra para el uso de moradores y huéspedes, y la superior para albergar a los criados.
Octavio Averhoff, a quien llamaban “Coquito”, llegó a ocupar el cargo de rector de la Universidad de La Habana y durante el gobierno del general Gerardo Machado desempeñaría las carteras de Hacienda y Educación. A la caída del gobierno de Machado, el 12 de agosto de 1933, Averhoff abandonaría el país en el mismo avión del presidente.
Como Averhoff había sido uno de los fieles seguidores y colaboradores de Machado, a quien el pueblo le había perdido la simpatía, no pocos fueron los que se adentraron a su castillo para saquearlo y llevarse hasta las losas del piso.
Dos años más tarde “Coquito” regresa a la Isla con la intención que le devolviesen su castillo, que para aquel entonces había sido confiscado por el Estado cubano y convertido en una estación policial.
Pese a que pudo lograr su objetivo, quedó conmocionado al ver las condiciones en que había quedado su antigua morada y decidió establecerse en el Vedado.
Muy esporádicamente el castillo fue utilizado por Averhoff a modo de casa de veraneo, hasta que abandona el país luego del triunfo revolucionario.
El humilde pueblo de Mantilla rodeó el Castillo de Averhoff – que resultaba un anacronismo total en la localidad – de las más truculentas historias. Aseguraban los vecinos que Coquito se encerraba en él para celebrar enormes orgías y que en sus sótanos existían calabozos y cámaras secretas de tortura que habían sido construidas durante el gobierno de Gerardo Machado.
En el colmo del imaginario popular llegaron a afirmar los vecinos de Mantilla que el Castillo de Averhoff estaba conectado a través de un túnel secreto con el Castillo de Atarés en la bahía de La Habana… toda una locura.
Tras la llegada de Fidel Castro al poder en 1959, el inmueble fue expropiado una vez más el Estado cubano, que desde entonces le ha dado variados usos… Sin embargo, allí continúan vivas sus leyendas.