La necesidad en Cuba ha traído como consecuencia que existan no pocos oficios que difícilmente puedan encontrarse en otros países. Un ejemplo de esto pudiera ser el caso de los ya casi extintos afiladores de cuchillos, quienes podían encontrarse en las calles de la Isla junto a unas peculiares carretillas de una sola rueda que al voltearse quedan convertidas en unas máquinas de afilar que son movidas por un pedal.
Los afiladores de cuchillos solían anunciarse con música, arrancada a una pequeña armónica de juguete, por lo que, aún encontrándose lejos y que llamaba a asomarse a la ventana para ver como arrancaban estrellas amarillas del duro acero al frotarlo contra la rueda de áspera piedra.
Ceremonioso, invertía su carretilla, pasaba la correa por las ruedas motrices y comenzaba a pedalear parsimoniosamente, mientras movía con cuidado, sobre la piedra giratoria, la tijera con que la abuela arreglaba las muy usadas ropas para darles nueva vida o el viejo cuchillo con el que la mamá pelaba las viandas para el ajiaco. Después, el afilador probaba el filo en unos pedazos de tela que colgaban de su máquina.
Los amoladores ambulantes eran personajes imprescindibles en los vecindarios y nada más bastaba que sonara la musiquita para ver salir a las personas con la tijera o el cuchillo en mano.
Inicialmente la tarazana, gaichera o rueda de afilar se transportaba en la espalda, pero con el tiempo, al aumentar su peso y mejorar las condiciones de los caminos podían ser empujadas.
Durante los años 50 y 60 del pasado siglo fueron adaptadas a la bicicleta y desde entonces hasta los años noventa, se hicieron ajustes al motor de gasolina de la motocicleta y otros acoplamientos a automóviles y carromatos, pero fueron menos usuales que el de la bicicleta, que, finalmente, se convirtió en un rudimentario taller ambulante como una prolongación de sus manos.
El amolador de tijeras puede sacar filo sin importar la herramienta que le traigan. Para hacer su función hace girar una rueda mediante el empuje con uno de sus pies a una parte que desde abajo hace mover una rueda cuya polea hace girar una piedra de esmeril. El ritmo con el pie debe ser constante para que la piedra que gira mantenga un movimiento estable y rápido.
Con el incremento de las formas de trabajo no estatales este oficio ha resurgido como el ave fénix, aunque ya son muchos menos los que lo practican y la gran mayoría se ha modernizado a lo largo de los años.
Esperemos que los amoladores de tijeras sigan andando por las calles. Que nunca pierdan el sonido de esa especie de armónica, pues también forma parte de las tradiciones urbanas en Cuba.
Al ver a estos personajes el transeúnte de cierta edad puede que recuerde algunos momentos de su infancia, cuando mamá o abuela se aprestaban a salir corriendo a afilar los utensilios de cocina cuando pasaban estos peculiares trabajadores ambulantes.