No son pocas las leyendas que se cuentan de Francisco Vicente Aguilera, también conocido como “Pancho”. Algunos aseguran que antes de llevar a cabo el alzamiento contra España, enterró un gran tesoro en uno de sus ingenios, al oriente de Cuba, pero hasta la fecha nadie ha tenido la suerte de encontrarlo.
Ya sea cierta o no la historia de su tesoro, lo cierto es que Aguilera tenía amplias posibilidades de haber escondido una fuerte suma, ya que de su padre había heredado tres ingenios, 17 haciendas ganaderas, más de 12.000 reses y 300 caballerías de árboles maderables. Por si eso fuera poco, su fortuna se multiplicó al contraer matrimonio con Juana Tamayo Infante, cuya familia contaba con no pocas propiedades y dinero en metálico.
Según se aseguraba en aquella época, había solicitado a los reyes de España permiso para conformar el piso de su casa de monedas de oro, lo cual era fruto de la imaginación popular.
Verdaderamente, tenía suficiente para hacer eso y mucho más.
El oriente cubano debió a Aguilera no pocas de sus obras públicas a mediados del siglo XIX, ya que fue él quien de sus bolsillos puso los fondos para la construcción de la carretera de Bayamo a Manzanillo, construyó puentes, inauguró un teatro e hizo todo lo posible porque el ferrocarril llegase a la región.
Aun Pacho Aguilera siendo por mucho más rico que Carlos Manuel de Céspedes, y por consiguiente contar con más hombres que lo seguían y lo consideraban su jefe natural, no dudó un segundo en secundar a este y darle todo su apoyo.
En una ocasión, cuando algunos comenzaron a cuestionar el “atrevimiento” de Céspedes de auto declararse jefe del movimiento revolucionario sin contar con el resto de los conjurados, Aguilera les salió al paso y los cortó de cuajo al expresar:
“Acatemos a Céspedes si queremos que la Revolución no fracase”.
Como correspondía a su ascendencia y linaje, Aguilera fue nombrado mayor general, secretario de Guerra, jefe del Ejército de Oriente y tras la Asamblea de Guáimaro, vicepresidente de la República.
En el ejercicio de su cargo se dio a la tarea de viajar a los Estados Unidos para reunir a los emigrados cubanos y conseguir recursos para la guerra. Allí se enteró de la destitución de Céspedes, y como a él le correspondía entonces la presidencia de la República, intentó en no pocas ocasiones regresar a la Isla, pero nunca pudo conseguirlo.
Durante casi 10 años estuvo dando vuelta por las tierras del norte mientras era engañado por no pocos que aseguraban ser simpatizantes con la independencia de Cuba, pero que luego le negaron un peso cuando lo necesitó.
Aguilera, quien tuvo más de 10 hijos, soportó chantajes y falsas promesas, persecuciones, hambre y enfermedades; sacrificó la fortuna, la familia y la vida por conquistar la libertad y un mejor país para todos…
El 22 de febrero de 1877, aquel señor extremadamente poderoso años antes, el hombre de la barba de mambí, murió en Nueva York, acompañado por la absoluta miseria material.