Las noticias de esos días fueron vistos por algunos como un augurio de esperanza y, por otros, como la crónica anunciada de una catástrofe.
Los rumores se habían concretado: el mismo Granma, el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, anunciaba con tono mortuorio que la Unión Soviética, el gran aliado por décadas del gobierno de Fidel Castro, había dejado de existir.
Eran los finales de diciembre de 1991 y la isla del Caribe vivía días de incertidumbre.
Por más de 30 años, la URSS había sido el soporte ideológico, financiero y material de La Habana y la isla toda semejaba por ratos una versión tropical de Moscú.
Los estantes de las librerías cubanas estaban repletos de libros rusos y traducciones de Sputnik, Pravda y Novedades de Moscú llenaban los estanquillos de las esquinas.
A los enlatados se les llamaba «carne rusa», hombres y mujeres se engalanaban con invernales ropas de poliéster, usaban un perfume llamado «Moscú Rojo» y llevaban a la escuela a sus hijos en pañoletas rojas y azules a recitar el lema (que todavía se usa) de «pioneros por el comunismo».
«Obreros vanguardias» y estudiantes destacados ganaban como premio un «viaje de estímulo» a Cracovia o a Leningrado o una lavadora «Aurika», un ventilador «Orbita» o un refrigerador «Zil».
Los jóvenes aprendían ruso como lengua extranjera (no inglés, que estaba prohibido) y los niños crecían viendo dibujos animados que casi ninguno entendía: Cheburashka, al Oso Misha, Lolek y Bolek o la Liebre y el Lobo (nombres que poco dirán a los que crecieron con Mickey Mouse o Plaza Sésamo en cualquier otro lugar del orbe).
Por las calles de la isla circulaban carros Lada o Moskvitch (que tres décadas después siguen funcionando), los militares usaban tanques T-55 y fusiles AKM en sus desfiles y los carteles y las vallas anunciaban «la amistad irrenunciable y eterna» entre los pueblos de «Cuba y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas».
Pero la fuente de todo aquello estaba a punto de cambiar.
Ya en 1989, en un sombrío discurso, Castro había adelantado que podrían despertar un día sin la Unión Soviética.
«Si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil en la URSS, o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró, cosa que esperamos que no ocurra jamás, ¡aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!», dijo el 26 de julio de 1989.
Por ese entonces, como un efecto dominó, las viejas repúblicas socialistas se habían montado en el tren indetenible del cambio y, para finales de 1991, Cuba era prácticamente el último reducto de la Guerra Fría en Occidente.
Así ha seguido por otras tres décadas, pero los ecos de aquellos días resuenan otra vez en la vida cotidiana de la isla.
«Han pasado otros 30 años, pero el tema de lo que sucedió en la URSS y cómo incidió en Cuba no puede tener más vigencia con lo que vivimos ahora mismo aquí», dice a BBC Mundo desde La Habana el historiador Ariel Dacal, autor de Rusia, del socialismo real al capitalismo real.
«Hoy es más necesario que nunca la discusión de ese proceso histórico que terminó con la perestroika, porque en buena medida tiene que ver con similitudes que ahora mismo hay en la propia estructura cubana respecto a lo que generó ese proceso en la URSS», dice.
«Hoy la clase trabajadora de Cuba se está enfrentando a emergencias similares a las que vivió la Unión Soviética hace 30 años, además de una crisis estructural similar: crisis económica, política, de paradigmas, de todo», agrega.
Pero si en la década de 1970 ambas naciones habían firmado importantes tratados comerciales y la URSS representaba el 85% del comercio exterior de Cuba, el principal mercado de su azúcar y el mayor proveedor de petróleo y bienes de consumo para la isla, a mediados de los 80 el panorama comenzó a ser diferente.
«Gorbachov llega al poder en 1985. La relación económica sigue siendo muy fuerte, pero ya el gobierno soviético había dicho que no enviaría personal militar a Cuba para defenderla en caso de una agresión estadounidense», recuerda Bain.
«Comienza entonces el proceso de la perestroika y la glasnost y ahí fue cuando ocurre el gran quiebre, porque a Castro no le gustaron las reformas que comenzó a implementar Gorbachov y se comenzó a hacer una crítica a esas políticas «, agrega.
Tras su llegada al poder, Gorbachov inicia un proceso de reestructuración económica de la Unión Soviética que la abre a la economía de mercado (perestroika) y otro de «transparencia política» (glasnost), que llevó a la eliminación de la censura y permitió por primera vez la crítica abierta al sistema.
Arcos recuerda que fue entonces cuando las publicaciones soviéticas que hasta entonces habían llenado los estanquillos dejaron de aparecer en Cuba.
«Fueron censuradas rápidamente porque mostraban una realidad, una crítica al sistema, que era vista como reaccionaria dentro de Cuba», dice.
Cuando la URSS desarrollaba su proceso de apertura, Castro comenzó a implementar otro que se ubicó en las antípodas: se llamó «rectificación de errores y tendencias negativas», y, al contrario de lo que sucedía en las repúblicas soviéticas, buscaba una posición aún más dogmática para la implementación del socialismo.
«Fue un proceso en el que, en gran medida, se revierten las políticas de mayor apertura y de economía de mercado que se habían puesto en vigor unos años antes, precisamente con el objetivo de hacer, a partir de entonces, un ´socialismo más a lo cubano´», explica Dacal.
El desenlace
A la visita de Gorbochov a La Habana le siguió el rápido colapso del comunismo, república de soviets tras república de soviets.
La gran nación del proletariado fundada hacía más de siete décadas se desmembraba progresivamente en poco más de dos años.
Comenzó en Polonia, luego Hungría, Alemania Occidental… le siguieron Bulgaria y Rumania…
Dacal recuerda que entonces a los cubanos que apoyaban el proceso de cambios en la URSS se le llamaba peyorativamente «perestroikos» y que cuando colapsó la URSS, Castro y los medios oficiales comenzaron a llamarle «desmerengamiento» a lo sucedido, a la vez que utilizaban críticas y acusaciones contra Gorbachov, del que se llegó a decir hasta que era un «traidor» o un «agente de la CIA».
En su libro Cuba fue diferente. El derrumbe del socialismo euro-soviético visto desde el Partido Comunista de Cuba (1989-1992 y 2013), el historiador Even Sandvik Underlid cuenta que entonces la prensa cubana se limitó a narrar en escuetas notas lo sucedido, aunque haciendo énfasis en el caos que se vivía.
Sin embargo, algunos hechos, como la caída del muro de Berlín, no fueron reportados por Granma de acuerdo a la revisión bibliográfica que realizó Underlid para su libro.
Aunque la información que publicaban los medios oficiales (únicos) era incompleta, las noticias de lo que pasaba en la URSS llegaban por distintos canales a Cuba.
El último bastión
Contra gran parte de los pronósticos, el modelo de sociedad defendido por Castro y su liderazgo sobrevivieron al colapso soviético, pese al llamado Período Especial, la crisis económica sin precedentes, hambruna y carestía en la que se sumergió a Cuba tras desaparición de su principal aliado y socio comercial.
Una de las interrogantes que dejó este periodo es por qué no se produjo un colapso del socialismo también en Cuba.
Dacal señala que asumir que tendría que caer entonces a la par de la URSS sería considerar que el modelo cubano era un «satélite» del soviético, algo que en su criterio nunca fue así.
Pero otro de las aspectos que causa debate entre los historiadores es por qué Castro decidió mantener el mismo sistema de gobierno, numantinamente, incluso cuando en la URSS se había iniciado el proceso de reformas que también hubieran podido implementarse en Cuba.
«En esta cuestión, depende de qué lado se miré. En Cuba, desde el oficialismo, dirán que Castro deseó mantener viva la revolución y sus conquistas y del otro lado, se dirá que era forma de permanecer en el poder», comenta Dacal.