Daniel, joven cubano de 29 años de edad, se encuentra asentado en Minsk, la ciudad capital de Bielorrusia, después de más de un mes sin ducharse, dormir o comer en condiciones, tras una extenuante travesía migratoria que lo ha dejado con una tos irritada permanente y con decenas de libras menos de peso.
Daniel y otros 6 naturales de la isla han deambulado por los territorios de Bielorrusia y Polonia desde el pasado 30 de octubre para llegar, infructuosamente, a Alemania.
Han sido víctimas de bandas criminales asociadas al tráfico de personas y de las fuerzas del orden bielorrusas, las que les han propinado gran cantidad de golpizas y abusos.
Estos 7 cubanos se encontraron en un campamento para migrantes en la frontera entre Bielorrusia y Polonia.
Este epicentro de la crisis migratoria entre Europa, Oriente Medio y África ahora aloja a miles de cubanos que desean llegar al Espacio Schengen a través de Bielorrusia.
Daniel y otros 2 jóvenes del grupo se hallan alojados en la vivienda de unas mujeres que están vinculadas con la comunidad cubana en Bielorrusia y en España.
Los otros 4 cubanos se han dado por vencidos tras haber experimentado tales atrocidades, y se han entregado a las autoridades para tramitar su deportación a la isla.
Daniel, sin embargo, no ve la opción de volver a Cuba como una alternativa viable, sobre todo después de haber invertido tanto tiempo, dinero y esfuerzo en llegar primero a Rusia y luego viajar por sus fronteras.
En su natal Matanzas, este joven trabajaba como chófer para una empresa, algo que no le reportaba suficiente dinero como para subsistir.
En declaraciones a BBC Mundo, Daniel explicó que “ganaba 2.400 pesos cubanos al mes. Pero al final todo lo mueve el dólar. Los precios han subido y el dólar también. Si antes era poco, ahora es cada vez peor”.
Solía vivir en un pequeño cuartito, y debía mantener a su madre y a 2 hijos pequeños.
El salario no le era suficiente ni para llegar a mitad de mes, debido a la crisis economía y a la severa inflación que sufre la isla en la actualidad, “y podría inventar algo extra como hace la mayoría, pero eso en Cuba solo trae desgracias”, contó sobre buscar un trabajo ilegal.
Daniel entonces decidió emigrar y labrarse un futuro mejor, pero tenía que comenzar radicando en un país donde el pasaporte cubano no necesitara de visado (los que son muy pocos en el mundo).
Una vez en Moscú, este matancero se encontró a un par de cubanos con los mismo planes y ninguno tenía mucha prisa para volver a emprender su viaje, “pero entonces se nos acercaron unas personas que nos vendieron un viaje fácil pasando por Bielorrusia y luego Polonia hasta llegar a Alemania”, narró.
Tuvieron que pagar 3.000 dólares por persona para llegar hasta la frontera polaca.
Daniel acotó que él “quería llegar a España por las facilidades de idioma. Una expareja que ahora vive en Alemania y que siempre quiso ayudarme me dio dinero para llegar a Rusia. Luego le pedí más prestado. Me dijo que ya le pagaría cuando comenzara a trabajar”.
Este joven y Adrián, un habanero que ha acompañado a Daniel desde Moscú, comenzaron el viaje hacia España en la noche de uno de los días finales de octubre. En ese momento, comenzaron a transitar por vías migratorias distintas y paralelas.
El conductor del auto que los llevó hasta los límites territoriales les señaló una dirección y les gritó: “¡Corran!”
En Bielorrusia, el chófer de ese entonces les dijo que corrieran monte adentro y ellos luego se toparon con una cerca con alambre de más de 2 metros. Esta tenía unos sensores que avisaba a las autoridades policiales y migratorias, por lo que debían fugarse del sitio en menos de 5 minutos.
Daniel relató que demoró más en cruzar la cerca porque el palo con el que lograron separar los alambres se rompió y quedó brevemente atrapado entre las púas (las que le provocaron algunas lesiones de gravedad).
Aunque lograron pasar, el bosque fronterizo era tan oscuro que los cubanos se agarraron de las manos para no perderse.
Se dieron cuenta al amanecer de que estaban caminando en círculos en un tramo de tierra no nacionalizada (que no era parte de Polonia), por lo que tuvieron que caminar unos 30 kilómetros más para llegar a otra cerca que sí era frontera polaca.
Al llegar al límite, notaron que habían guardias polacos en toda la frontera, por lo que era imposible cruzar. Al día siguiente, encontraron un tramo en reparación por donde, con mucha suerte, podrían entrar.
Aunque lograron cruzar finalmente a Polonia, su policía dio con ellos en algún punto y los llevó a una prisión pequeña.
Allí los trataron bien, pero luego los devolvieron a la tierra de nadie que conectaba su frontera con la de Bielorrusia.
De repente, su travesía hasta la Europa más próspera se había frustrado y les quedaba la opción de volver a Minsk y luego a Moscú, por lo que decidieron tocar la cerca de los sensores a propósito para que la policía bielorrusa los recogiera.
Los agentes llegaron en furgonetas militares a los 5 minutos y cuando los cubanos les rogaron que los devolvieran a Minsk, estos les patearon y golpearon deliberadamente, apuntándolos con escopetas y riéndose en lo que las víctimas lloraban por sus vidas.
Los llevaron entonces a una especie de sótano donde el olor a desechos y la humedad eran insoportables. Allí los cubanos terminaron durmiendo abrazados en el suelo para darse calor.
A la mañana siguiente, los efectivos policiales los montaron en un autobús y les ordenaron regresar a Polonia.
Daniel y su compañero ya no contaban con comida ni agua para continuar viajando y se hallaban psicológicamente decaídos. Se encontraron entonces en tierra de nadie con Adrián y otro cubano. El grupo continuó ampliándose cuando hallaron a otros 2 compatriotas en los siguientes días.
Todos se plantearon volver a Minsk, pero fueron interceptados por una patrulla que los monto a un vehículo con iraquíes, afganos y africanos. Compartiendo con esos migrantes, conocieron del campamento fronterizo de Kuznika.
Los cubanos lograron colarse en el asentamiento y prepararon un bohío junto a una pila de leña. El séptimo cubano del grupo se unió al mismo allí.
Aunque entre ellos formaron lazos para toda la vida, la estancia en la frontera estuvo marcada por un apabullante frío y una seria hambruna.
A la semana, fueron llevados a un almacén improvisado que los acogió. Fue entonces que comenzaron las constantes gestiones desde España y Alemania para darles un techo seguro y cómodo en lo que tramitaban su entrada a la Unión Europea.
No obstante, los guardias bielorrusos continuaban abusando de ellos. Daniel recordó: “Nos daban pan con una especie de jamonada y ya. Antes de recogerla, los policías bielorrusos nos hacían arrodillarnos e implorar por la comida. (…) Es muy triste pero aquí en Bielorrusia es como si la vida del ser humano no valiera nada. No teníamos batería en el teléfono para hablar con los nuestros, y para cargar apenas un 6% o 14% debíamos pagar 20 dólares a los guardias bielorrusos. Aquí todo está corrupto”.
Como las gestiones demoraban en surtir efecto, 4 miembros del colectivo decidieron resignarse a la deportación. Los 3 restantes (entre ellos, Daniel y Adrián) fueron finalmente recogidos el 26 de noviembre por 2 mujeres que los llevaron a su apartamento en Minsk.
Daniel, quien hizo estas alegaciones en un llanto desconsolado, afirmó: “Aquí me he enfrentado a una realidad muy dura, pero no quiero volver atrás. En Cuba no tendré vida de ningún tipo. (…) Salí de Cuba porque mi mamá se merece una vejez como Dios manda; se ha jodido mucho por mí, mi hermana y mis hijos. Yo solo quiero matarme a trabajar. No salí de Cuba para llegar a España y hacerme fotitos en una discoteca o con un carro”.