¿Qué fue antes, el nombre o la personalidad? Parece innegable que parte de nuestra esencia está marcada por cómo nos llamamos, como si fuera un destino forjado en las estrellas. Somos lo que somos por nuestro nombre, y hay algunos que trascienden y se convierten en mucho más que los personajes que lo portaron. Todo el mundo sabe lo que significa ser una Lolita, un Adán o un don Juan, y no hay casos de personas sin nombre, más allá de Odiseo, que para engañar a Polifemo aseguró que no era ‘nadie’.
Los nombres también marcan el tiempo. Nadie, o muy poca gente, se llama a estas alturas Olimpia, Parmenión o Euclides, (sin duda son nombres que se están perdiendo). Sin embargo, ha habido tiempos de Goku o Daenerys, y de hecho cuando terminó ‘Juego de Tronos’ y el personaje de la Khaleesi resultó convertirse en una dictadora sanguinaria, muchos padres parecieron arrepentirse de haber llamado así a su hija sin conocer el final de la serie. Según los registros, en España hay 57 Daenerys, así que nosotros tampoco nos salvamos de la moda.
Lo más probable es que las comunidades primitivas dieran nombres colectivos a las tribus o clanes. Después llegarían los propios a cada integrante individual
Lo más probable es que fueran las comunidades primitivas las que, en algún momento, comenzaran a dar un nombre a los individuos, aunque colectivo (una denominación de clan o de tribu). Con el paso del tiempo llegarían los nombres a cada integrante individual. Cada nombre da unas características o poderes, pero a día de hoy prácticamente nadie sabe lo que significa su ‘denominación de origen’.
Nombres cubanos e idiosincrasia
Aun así, no solo marcan nuestra personalidad, sino también nuestra suerte: un estudio en la década de los 2000, dirigido por el psicólogo estadounidense Jean Twenge descubrió que a las personas que no les gustaba su propio nombre tendían a tener mayor falta de confianza en sí mismos, así como una autoestima más baja que aquellos a los que sí les gustaba. “El nombre se convierte en un símbolo del yo”, escribió el propio Twenge, señalando que podía ser que la falta de confianza llevara a que no les gustara su propio nombre o que justo al revés, el hecho de que no les gustase contribuyese a esa falta de autoestima.
Y a veces los nombres también pueden darnos pistas sobre la idiosincrasia de un lugar concreto. Así sucede, por ejemplo, en Cuba. La invención de toda clase de nombres de lo más extravagantes se ha convertido incluso en un fenómeno social estudiado por la prensa. Según un artículo publicado en 2012 en ‘BBC’, inmediatamente después de la revolución del 59 se produjeron un notable aumento de Fideles, Raúles y Ernestos en el país. Sin embargo, la locura no llegaría hasta los años 70, cuando la imaginación de los cubanos alcanzaría su máximo esplendor.
En Cuba hay Yulieski, Yumili o Yaraleidis. La explicación más frecuente a este fenómeno social es que era una forma de ser diferentes y afirmar la propia autonomía en un país controlado por el Estado
Usnavi (de US Navy, aunque parezca un delirio), Yulieski, Yumili, Yaraleidis (la Y vivió un verdadero apogeo durante aquella época), Odlanier, Disami, Dansisy (de ‘Dance easy’), Danyer (de ‘Danger’). Todo vale. La explicación más frecuente a este curioso fenómeno social es que era una forma de ser diferentes y afirmar la propia autonomía en un país controlado por el Estado. Sea como fuere, las autoridades no intervinieron para frenar estas disparatadas ocurrencias, y contrariamente a lo que se pueda creer, los portadores de los nombres tampoco se sienten especialmente mal con ellos.
Es una costumbre (y probablemente nunca deje de serlo) el sorprendernos con los nombres que son raros, hasta el punto de protagonizar titulares en medios. Cada vez que sube la luz (algo frecuente en los últimos tiempos), la joven zaragozana Luz Cuesta Mogollón se debe acordar del día en que sus padres fueron al registro. Y los chistes (y artículos virales) se hacen solos con Disney Landia Rodríguez, Jesucristo Hitler Paracelso Montoya González (sin palabras) o James Bond Noteno Coquinche.
Quizá no hay nada mejor que expresar una libertad de la que se carece con un nombre especialmente curioso, aunque a priori no parezca una buena idea por razones obvias. Los nombres son en muchas ocasiones modas pasajeras que, sin embargo, tienen que acompañar a su portador toda la vida, por lo que no está de más pensar en rimas desagradables o ideas muy disparatadas.
Aquellos con nombres más raros tienen más probabilidades de acabar cursando carreras más inusuales, según los estudios
Pero tener un nombre ‘creativo’ por decirlo de algún modo también podría tener muchas ventajas: un trabajo reciente hecho en el Instituto de Psicología de Beijing cotejó los nombres de cientos de miles de personas que habían sido condenadas por delitos. Descubrieron, sorprendentemente, que las personas con nombres considerados menos populares o con connotaciones más negativas tenían más probabilidades de estar involucradas en crímenes. Y no solo eso, también descubrieron que aquellos con nombres más raros tenían más probabilidades de acabar cursando carreras más inusuales (como cine).
Según los estudios, tener un nombre original podría moldearnos en la vida para ser más creativos y tener una mente más abierta. Por lo tanto, quizá y solo quizá, ser Yulieski, Yumili o Disami no sea tan mala cosa si quieres dejar huella en la vida y que se te recuerde mucho tiempo. Que, al fin y al cabo, es de lo que se trata.