El 6 de julio, mientras el huracán Elsa rugía hacia Florida, cinco hombres cubanos en una desvencijada embarcación de madera desembarcaron a unas 18 millas al norte de Miami. Tras días en el mar, algunos de los refugiados aplaudieron aliviados al desembarcar.
Horas más tarde, los guardacostas estadounidenses se apresuraron a salvar a otro grupo de cubanos cuya embarcación, que navegaba en la trayectoria de la tormenta, había volcado frente a Cayo Hueso la noche anterior. Trece supervivientes fueron sacados del agua. Nueve nunca fueron encontrados.
La repentina oleada de balseros que zarpan hacia la costa del sur de Florida es, al igual que las protestas espontáneas que estallaron en La Habana el pasado fin de semana, una señal de que las condiciones de vida en la isla comunista se están deteriorando rápidamente tras 16 meses de pandemia. Un indómito brote de Covid se está extendiendo por la isla, profundizando una crisis económica que comenzó cuando el antiguo benefactor del régimen, Venezuela, puso fin a su apoyo financiero tras el colapso del precio del petróleo en 2014.
Ya en 2021 se ha multiplicado por 11 el número de emigrantes cubanos desesperados que desafían a los tiburones, a los contrabandistas y a las tormentas tropicales para tener una oportunidad de una nueva vida. Las autoridades se preparan para un número aún mayor.
“El tránsito es peligroso e implacable”, advirtió el contralmirante Eric Jones, jefe del Séptimo Distrito de la Guardia Costera, en un vídeo publicado tras las protestas de este fin de semana. “Por favor, no se lancen a la mar”.
El extremo sur de Florida está a sólo 145 km de las playas de Cuba. Esa distancia aparentemente corta ha atraído durante mucho tiempo a los emigrantes conocidos como balseros, por las precarias embarcaciones, a menudo de fabricación casera, que utilizan para huir de la represión y el dolor económico causado por años de mala gestión y las aplastantes sanciones de Estados Unidos. Desde que las fuerzas revolucionarias lideradas por Fidel Castro tomaron el poder en 1959, decenas de miles de personas han realizado el viaje. Es imposible calcular exactamente cuántos han muerto en el intento.
La mayor parte de la migración cubana se ha desplazado a tierra en los últimos años. Recurriendo a contrabandistas y aprovechando el apoyo financiero de familiares en el extranjero, los cubanos realizan largos y arduos viajes hasta la frontera con Estados Unidos. A menudo comienzan su viaje en países de América Central o del Sur con políticas de visado laxas, y empujan hacia el norte.
El gobierno estadounidense contabiliza la migración mediante un año fiscal que comienza en octubre. Ya este año fiscal, 22.723 migrantes cubanos han sido aprehendidos en la frontera suroeste, frente a los 13.410 de 2020 y los 11.645 de 2019.
Los más desesperados desafían las aguas
En el año fiscal 2016, la Guardia Costera aprehendió a 5.396 migrantes. Al año siguiente, en uno de los últimos actos de su presidencia, Barack Obama eliminó la llamada política de pies secos y pies mojados, que otorgaba a los cubanos un camino hacia la ciudadanía si llegaban a suelo estadounidense. Las aprehensiones cayeron en picado, con sólo 49 el año pasado.
Pero desde octubre, 554 cubanos han sido capturados en el mar. Jorge Duany, director del Instituto de Investigación Cubana de la Universidad Internacional de Florida, afirma que el repunte refleja la creciente desesperación y descontento.
“Ahora lo veo como una señal creciente de lo que ocurrió el domingo”, dijo, cuando miles de manifestantes se lanzaron a las calles, enfurecidos por el aumento de los precios, la falta de productos básicos y los apagones.
La nación está atravesando una era de rápidos cambios tras décadas de estancamiento. Fidel Castro gobernó Cuba durante más de medio siglo hasta 2008, cuando renunció y entregó el poder a su hermano, Raúl. Fidel Castro murió en 2016 y Raúl, de 90 años, dejó el mando en 2018. Miguel Díaz-Canel, tecnócrata de carrera y leal al Partido Comunista, dirige ahora el país de 11 millones de habitantes.
La pandemia hizo estragos en las arcas del Estado, privando a Cuba de unos ingresos turísticos muy importantes. Antes de eso, la administración Trump endureció el embargo comercial de seis décadas, con medidas que incluían la prohibición de las remesas desde Estados Unidos, otra línea de vida clave. En total, la economía se contrajo un 11% en 2020, un colapso no visto desde la caída de la Unión Soviética.
Ya muchos cubanos estaban luchando por encontrar un camino legal hacia Estados Unidos, después de que la Embajada en La Habana dejara de procesar visas y redujera el personal en 2017 en respuesta a los diplomáticos que sufrían dolencias por misteriosos ataques sónicos. El Covid redujo aún más los vuelos. Luego llegaron las protestas callejeras de esta semana, y una rápida represión por parte del régimen.
Todo ello “hace que sea muy difícil, muy duro, para los cubanos de a pie sobrevivir”, dijo Duany.
Ahora, a algunos políticos les preocupa que la acción callejera pueda convertirse en un éxodo caótico, como las salidas masivas del puerto de Mariel en 1980. En 1994, ante los disturbios provocados por las dificultades económicas, Castro permitió la salida de los disidentes. Unos 32.000 balseros se dirigieron a los Estados Unidos, lo que dio lugar a la política de “pies secos, pies mojados”, que ya no existe.
El martes, el senador de Florida Marco Rubio advirtió que el gobierno cubano probablemente fomente una crisis migratoria masiva “al estilo de los balseros o del Mariel”.
El secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, dejó claro ese mismo día que no se daría refugio a nadie que huyera de las crisis en Cuba y Haití, que se ha visto sumido en un vacío de poder tras el asesinato del presidente Jovenel Moise la semana pasada.
“A cualquier migrante interceptado en el mar no se le permitirá entrar en Estados Unidos”, dijo, añadiendo que la Guardia Costera estaba “bien equipada” para hacer frente a una oleada repentina.
Pero la migración no se detendrá, dijo Maureen Meyer, vicepresidenta de programas de la Oficina de Washington para América Latina, un grupo de defensa de los derechos humanos.
“Si uno siente la necesidad de irse, tiene el apoyo de la familia y siente la atracción, siempre habrá una manera”, dijo. “Unido a lo que ocurre en el terreno en Cuba, hay más razones para irse”.