¿Qué motivos llevan que un trabajador del sector estatal en Cuba tenga que sacrificarse y pagar su salario neto de año medio para costearse tres noches en un hotel de 4 o 5 estrellas en su propio país?
Las oficinas de turismo en Cuba nunca están vacías. En la etapa de abril a septiembre, conocida también como “baja” en el argot del turismo, los llamados paquetes “todo incluido” por tres noches se venden como pan caliente ¿Quiénes pueden darse esos lujos?
En la mayor parte de los hoteles existen oficinas de turismo. De varias cadenas, como se suele llamar en Cuba a este tipo de empresas. A su vez, en algunos grandes centros comerciales como Carlos III también se encuentran estas oficinas. Cada cadena viste a sus promotores de ventas con pulóvers con un logotipo y color identificativos.
Cuando en 2008 se autorizó en Cuba que sus habitantes podían tener un teléfono móvil y tomar el sol en una tumbona de un hotel al tiempo que disfrutaban de una piña colada, no fue gesto de generosidad.
El Gobierno cubano se tomó lo suyo en “darse cuenta” que sus ciudadanos eran seres normales y que también querían disfrutar de las bondades del país, como mismo hacían los extranjeros. No existían argumentos para continuar siendo ciudadanos de cuarta en su propia patria.
Antes de esto, el solo hecho de “hacer una media” en el lobby de un hotel cinco estrellas ya disparaba las alarmas en la seguridad del lugar y te acribillaban a preguntas y hasta te echaban del sitio.
Impensable subir a la habitación de un turista o amigo foráneo y mucho menos pasar la noche en algunos como el Melía Cohíba. La mayor parte de los cubanos conocían los hoteles cuando caminaban por los alrededores o mediante fotos y postales.
Si eras “reincidente” en el delito de tomarte par de tragos en la barra de un hotel (hasta el año 1993 era ilegal que los nacionales tuviesen divisas extranjeras) te abrían un expediente policial. Cuando se legalizó el dólar, hubo cubanos que acostumbraban a visitar los bares de los hoteles y que fueron criminalizados como presuntos jineteros.
El cambio vino de golpe en 2008. En un inicio la cifra de turistas del patio era prácticamente simbólica, pero luego, espectacularmente, los números comenzaron a crecer. Lo más común es rentar una habitación por 72 horas en un hotel o una sola noche. Tras medio siglo de racionamiento, a los cubanos les apetece poder comer y beber libremente.
Una de las principales razones por las que los cubanos sueñan con el “todo incluido” de los hoteles es poder sentirse personas. Cenar todo tipo de pescados, mariscos y carnes en una mesa buffet. Debido a la crisis en que vive sumergida la Isla desde 1989, hasta beber cerveza de calidad se ha vuelto un lujo. Y no soñar con un enchilado de langosta o un bistec de res.
Dormir en una habitación con vergüenza y aire acondicionado, baños con agua fría y caliente, camas con colchones sin muelles salidos o sujetas con un bloque porque se partió la pata, sábanas cambiadas a diario y un televisor plasma donde no es delito ver los “canales de afuera”, es en estos momentos un sueño para cualquier cubano.
Casi la totalidad de la financiación del turismo de los ciudadanos cubanos sale del bolsillo de sus familiares en otros países, quienes se parten el lomo trabajando para ayudar económicamente a su familia en la Isla y darles la posibilidad que disfruten al menos de vez en cuando de los gustos que no pueden costearse con sus salarios.
De igual forma, hacer turismo para los cubanos sigue siendo un asunto casi prohibitivo, al menos para la gran mayoría. En los meses de verano a los cubanos no les queda de otra que refrescarse en playas en mal estado o en las costas. Y con suerte, alquilar una cabaña un fin de semana en campismo popular repleto de personas, donde lo mismo quitan la corriente, no sacan nada a la venta para merendar, o cae un aguacero, el fango da al pecho, y no se puede salir de las cabañas.