Como casi todo en Cuba, la gente recibió la noticia política del año con escepticismo. En el último Congreso del Partido Comunista, celebrado hace un par de semanas, Raúl Castro (89 años) anunció que dejará el mando y que el actual presidente, Miguel Díaz-Canel, será la nueva cabeza del Partido. Por primera vez en más de seis décadas un civil concentrará todo el poder en Cuba y ningún miembro de la generación histórica de la revolución estará en el máximo órgano de dirección de la isla.
Sin embargo, los cubanos no son escépticos por casualidad. Esta edición del cónclave que el Partido Comunista celebra cada cinco años llevó el lema “El Congreso de la Continuidad”. Al fin y al cabo, la gran mayoría de habitantes nacieron después de la revolución y no conocen un solo día de sus vidas sin la dinastía Castro al mando del país, sin que el histórico apellido haga parte de su cotidianidad. Durante el Congreso, además, el propio Díaz-Canel dijo que su mentor “continuará presente” y que le seguirán “consultando” las “decisiones estratégicas del futuro de la nación”.
Dicho mensaje de continuidad y, si se quiere, de resistencia del liderazgo político, contrasta con la velocidad del deterioro de la economía cubana. Una situación producida por tres factores principalmente: el colapso venezolano, el endurecimiento de las sanciones contra la isla impuestas por Donald Trump y la pandemia del COVID-19, que puso freno al turismo, uno de los pilares de su economía.
Por estos factores, el año pasado, por ejemplo, la economía se contrajo en un 11 por ciento. Para el cubano de a pie esto solo significa desabastecimiento y escasez de productos básicos, especialmente de alimentos.
“Si antes era difícil completar las tres comidas al día, desde hace un año para acá es una tarea imposible: el plato siempre está incompleto”, dijo a Connectas la habanera Yoansy Ledesma, quien antes de la pandemia alquilaba cuartos a turistas mediante la aplicación Airbnb.
El COVID-19 ha tenido efectos tan devastadores que en los últimos meses empujaron al Gobierno a emprender dos reformas largamente esperadas: una, para expandir el alcance de los negocios privados permitidos y otra, para unificar la moneda. Dichas reformas, anunciadas desde 2011, solo este año se convirtieron en realidad, aunque parcialmente.
Para el doctor en Ciencias Económicas y profesor de la Universidad de La Habana, Omar Everleny, una posible solución estaría en mirar hacia Vietnam, que tiene una de las economías más dinámicas del Sudeste Asiático. Allí el propio Partido Comunista impulsó reformas que le han permitido al país, además, mantener buenas relaciones con Estados Unidos. “Ellos aplicaron el DOI MOI -renovación- en casi los mismos años que Cuba comenzó su Periodo Especial, y por la reforma profunda que implementaron han crecido a más de un 7 por ciento anual en casi 30 años”, dijo recientemente al periódico El País el profesor Everleny. La propuesta -compartida por otros expertos- no deja de tener una fuerte carga de ironía al tener en cuenta de que en 1964 Ernesto “El Che” Guevara proclamaba la consigna justamente de “crear uno, dos, tres Vietnam” para exportar la revolución a América Latina.
Pero nadie del buró político cubano parece interesado en la receta vietnamita. Que se hayan demorado una década para tomar decisiones para ayudar a revitalizar la economía demuestra el letargo y la parálisis de las autoridades. Letargo que, entre otras cosas, ha aumentado el descontento de una sociedad cada vez más rebelde y menos amedrentada por los discursos autoritarios de sus líderes. Como dijo a Connectas Ted Henker, profesor del Baruch College de Nueva York y autor del libro La Revolución Digital en Cuba, “estos siguen con la misma cantaleta propagandística de mercenarios y enemigos que convence a cada vez menos personas. La falta de autenticidad y originalidad de los mensajes pro-gobierno en las redes se nota desde lejos”.
Los cubanos menores de 40 años solo recuerdan haber convivido con la crisis. Aquellos que no han emigrado, hacen toda clase de malabarismos por subsistir y por mejorar su nivel económico. Además, conforman una generación que, a diferencia de la que los ha gobernado desde siempre, está más informada y conectada gracias a las redes sociales. La tecnología los ha permeado: los críticos y los gobernantes libran sus disputas por internet.
Recientemente, muchos de los más jóvenes tomaron como estandarte la canción “Patria y Vida”, con la que cantantes cubanos reclaman mayores libertades ciudadanas y han alcanzado casi 5 millones de reproducciones en YouTube. El tema musical parafrasea la consigna de “Patria o Muerte” proclamada por Fidel Castro por primera vez en 1960, que hoy sigue presente en murales y vallas a lo largo y ancho del país. En él aluden a un hecho sin precedentes en la historia reciente del país: el Movimiento 27N, la protesta de más de 300 jóvenes artistas, intelectuales y activistas frente a la sede del Ministerio de Cultura en La Habana en noviembre pasado. Un grupo que en su manifiesto público reclamó por los derechos a la libertad de expresión, de creación, de protesta, de representación y de participación política.
“Son pequeños rincones de luz para nosotros, pero no el sentir general de mi país”, dijo un estudiante de la Universidad de La Habana, en referencia no solo al 27N sino al Movimiento San Isidro, un colectivo de artistas e intelectuales que se manifiestan por las redes y por medio de intervenciones artísticas, fuertemente reprimido por las autoridades. Su principal líder, Luis Manuel Otero, se declaró el fin de semana pasado en huelga de hambre y sed para exigir respeto por sus derechos. Durante las últimas semanas, las fuerzas de Seguridad del Estado allanaron su casa, rompieron sus obras de arte y establecieron un cordón de vigilancia para que nadie lo visite.
El estudiante —que reservó su nombre por temor a represalias— dijo, además, que los movimientos pueden ser vistos como una posibilidad real de cambio en la isla, pero lo sucedido en el primer trimestre deja claro el mensaje de mano de hierro del Gobierno: “Hubo mucha más represión, La Habana se llenó de tropas especiales de la Policía y encarcelaron varios opositores”.
El Gobierno tiene consciencia de la brecha generacional. Como dijo a Connectas William LeoGrande, experto en asuntos cubanos y profesor de la American University: “Los líderes cubanos saben muy bien que una gerontocracia no puede dirigir una nación de jóvenes”. Lo saben de antaño pues en el Informe Central del Congreso del Partido celebrado hace seis años, el propio Raúl Castro reconoció que los llamados “comités de base” de la Unión de Jóvenes Comunistas estaban decreciendo en todo el país y que los jóvenes que quedaban no deseaban ingresar a las filas del Partido.
Pero al igual que sucede con la economía, una burocracia enquistada dentro de las filas del Partido, aunada a un estamento militar que opera los mayores negocios de la isla, parece resistirse a los cambios fundamentales. Por eso muchos tras la salida de Raúl se preguntan, ¿quién realmente manejará los hilos del poder en Cuba?
“Es difícil saberlo con certeza —dijo LeoGrande—, porque las grandes decisiones de la política cubana se toman a puerta cerrada. Sin embargo, las personas claves a observar son los miembros más jóvenes del buró político del Partido y los primeros secretarios provinciales”. Pero a juzgar por la edad de la nueva cúpula (60 años en promedio) todo parece indicar que seguirá vigente el lema “somos continuidad”.
Tal vez por eso buena parte de los cubanos tiene las esperanzas puestas en la posibilidad de restablecer las relaciones con Estados Unidos ante la llegada de la nueva administración. Durante la campaña presidencial Joe Biden prometió descongelar las relaciones con Cuba, pero ya lleva cuatro meses al mando y el presidente no ha tomado acciones para suavizar las restricciones impuestas por su antecesor. “Joe Biden no es Barack Obama en la política hacia Cuba” dijo a CNN Juan Gonzalez, director principal para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Y agregó: “Yo diría que con el desorden que heredamos de la administración anterior, (Cuba) podría no ser el lugar donde invertiremos nuestro capital político inicial o el tiempo de esta administración”.
Pero más allá de las relaciones con su íntimo enemigo de siempre, el futuro de Cuba está en manos de un régimen profundamente enquistado que parece no querer jugar a nada distinto que a la continuidad de un modelo que se asfixia. Aunque el último Castro abandone el primer plano de la vida nacional y la economía decrezca al punto del desespero en las calles, los cubanos, acostumbrados a las crisis, solo tienen una certeza: que nada cambiará.