María Elena lleva más de un año de travesía. Tras recorrer con poco dinero ocho países de América Latina, debe pagar 195 dólares por un salvoconducto y esperar varios días para entrar en Honduras y seguir soñando con llegar a Estados Unidos.
Como esta mujer cubana de 35 años, cientos de inmigrantes, compatriotas suyos, cruzan la frontera desde Nicaragua por puntos ciegos.
La tranquilidad en Trojes, una localidad hondureña de unos 60,000 habitantes perdida entre las montañas cerca de la frontera, se ha visto alterada por los 400 migrantes que de promedio aparecen cada día.
«La oficina de migración no estaba preparada para recibir tantos inmigrantes», dice Kevin Corleto, pastor evangélico del pueblo. Este flujo empezó a crecer desde noviembre.
La travesía real de María Elena comenzó hace dos años, cuando dejó Cuba rumbo a Brasil. Otros de sus compatriotas optaron por Chile. Allí buscaron trabajo y ahorraron para ir a Estados Unidos.
«Salimos de Brasil para entrar en Bolivia, luego Perú, Ecuador, Colombia. En Colombia caminamos siete días en la selva y el río para llegar a Panamá. De Panamá pagamos un bus y entramos en Costa Rica, y de allí a Nicaragua», relata.
María Elena recuerda que en el trayecto de Colombia a Panamá otro cubano que viajaba en el grupo junto a ella sintió sed y bebió agua de un río. Se enfermó. Eso fue «por tomar agua de muerto», sostiene. Según le contaron en la zona, a ese río lanzan los cadáveres de víctimas de asaltos en la ruta.
«Hay mucha mafia en la selva de Panamá, matando gente con pistola, machete, quitándonos lo que tenemos», asegura.
María Elena sabe que ahora tendrá que quedarse unos 15 días en Honduras, en espera de un salvoconducto que le permita continuar camino al norte, en busca de su sueño y de poder reunirse con los familiares que la esperan en Miami.
Cuando tenga el salvoconducto, atravesará Honduras. Luego le queda Guatemala, México y, finalmente, Estados Unidos… una larga travesía cargada de malos recuerdos que tiene ganas que ya termine.