En los tiempos de Yarini los negocios en el entorno de San Isidro, en La Habana Vieja, fueron dedicados en su mayoría a bares y café. Entre ellos, los Directorios Comerciales refieren los establecimientos “Flor de San Isidro”, “El Bosque”, “La Llave”, “Felipe”, “El Delirio”, “La Aurora”, “Bayamés”, “El Carballón” y “Vicente”. Asimismo, era famosa la bodega “La Honradez”.
La calle San Isidro sufrió una importante transformación arquitectónica en las dos primeras décadas del siglo XX (1906-1925), donde muchas de sus casas bajas, de mampostería y tejas, unifamiliares, fueron sustituidas por edificios mixtos de apartamentos y comercio en planta baja, de dos o tres niveles, que sin dudas abonaban una mayor renta. Otros cambios se dieron en los años de 1950 con la erección de obras modernas, incluso, dedicadas a almacenes, garajes y oficinas, principalmente para responder a las funciones marítimo-portuarias. No obstante, el barrio y la calle San Isidro han mantenido su fuerte vocación residencial.
Por otra parte, San Isidro es también un lugar donde el patrimonio intangible añade valores al espacio arquitectónico y urbanístico. Fue popular por los bailes del maestro y músico Jaramillo durante las ferias de La Merced en el siglo XIX; a otra de sus Academias, dirigida por el músico Regina, se atribuye el origen de un baile llamado de la Ley Brava que causó arrebato en los años cuarenta del siglo XIX.
Acontecimientos como estos fueron descritos por Cirilo Villaverde en su obra Cecilia Valdés, donde la calle Desamparados sirvió de escenario al baile de cuna de su novela. Estas danzas eran modestas reuniones entre criollos, generalmente de color, para bailar, jugar, entre otras diversiones, que no necesitaban más que una pequeña locación y unos pocos músicos. A pesar de su falta de etiqueta y opulencia no escaparon de la visita de los blancos y apoderados.
En sus predios nació en 1853 el más universal de los cubanos: José Martí. Su casa natal es hoy uno de los museos más visitados de la ciudad. Glorias de la música cubana como Miguelito Valdés –“Mr. Babalú”– y Ciro Rodríguez, integrante del trío Matamoros, forman parte de la memoria cultural del barrio.
Hay prácticas que siguen vivas en San Isidro si de baile y música se trata, y su mejor ejemplo es la rumba de cajón, asociada a los ritos africanos. Se destaca en ese sentido la agrupación de los “dandysitos”, cuyos niños rinden homenaje a la antigua comparsa de los “Dandy” que ensayaba en el barrio y fue muy famosa en el carnaval habanero, etapa en la cual contaba con la participación del célebre trompetista cubano Félix Chapotín.
El parque La Ceiba, en San Isidro y Habana, destaca por ser un lugar venerado, desde las creencias afrocubanas hasta el convertirse en un sitio de recreo y descanso de vecinos, devenido sede de proyectos comunitarios.
De olores y sabores salidos del barrio allá por el 1910, –el año indisolublemente ligado a Yarini– apunta Dulcila Cañizares: “Y antes de llegar ese sol al cenit, en las casas de las calles cercanas –casas de gente pobre, de obreros, albañiles, estibadores; gente de todo oficio– empezaba a escaparse el olor de los plátanos maduros fritos, almibarados; del picadillo, de los frijoles negros. Y en claros mediodías de terrales ausentes se unían esos olores al de los chicharrones, bollitos, mariquitas, plátanos verdes fritos y tamales que vendían los chinos en sus puestos –timbiriches, tiendecitas ambulantes sembradas en todos los barrios–, donde ofrecían, como ganga diaria, “la cajita premiada”, con huevo y bacalao. Llegaban también hombres con tableros cargados de comidas baratas. Y las mujeres, con cazuelas, latas, cantinas tiznadas, con la vasija que estuviera más rápido a su alcance, salían en busca del bacalao con papas, de patica y mondongo, de cuanta cosa ofreciera el vendedor para aumentar, enriquecer, aquel almuerzo, tal vez la sola, exclusiva comida caliente del día.
De vez en cuando pasarían vendiendo ekó (especie de tamal) o cheketé (refresco de maíz fermentado y naranja agria), los cuales aunque elaborados para halagar, adular, ofrendar a los orishas o santos, no se cometía sacrilegio al convertirlos en refrescos callejeros”.
A partir de 1994 la zona se benefició con la creación del Taller Experimental para la Revitalización Integral del Barrio de San Isidro, liderado por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, proyecto que a pesar de cumplir solo parcialmente sus objetivos, incidió en la imagen del entorno y la filosofía de la comunidad.
Recientemente, la incorporación de la galería Gorría en San Isidro No. 214, a la vida cultural del barrio, le aportará al ambiente nuevos significados. De la misma manera, lo han hecho las viejas instalaciones del puerto –ya obsoletas en su función industrial- reconvertidas en centros culturales y recreativos.