Las previsiones se acaban de confirmar y lo que ya era un secreto a voces, se hizo publico de forma oficial, luego que se diese a conocer hace solo minutos que el presidente Miguel Díaz-Canel ha sido elegido como primer secretario del Partido Comunista de Cuba, en sustitución de Raúl Castro.
Atrás quedan así los más de 60 años de dominio absoluto del apellido Castro en la cúpula dirigente en la isla, que se inició con Fidel y luego le sucedió su hermano menor en 2008, hasta el pasado fin de semana, cuando cedió la conducción de las filas del PCC.
Si algo sabe este ingeniero nacido en 1960 es que su mandato, en adelante, se asemejará al de un equilibrista. Si hubo décadas de “fidelismo” y, más tarde, un “raulismo” descafeinado, ya no habrá espacio para un “canelismo”. Solo una transición con rumbo incierto.
El caso de Díaz-Canel no deja de presentar sus curiosidades: es el único que no cayó con estrépito tras haber alcanzado la cima política. Los jóvenes o ciertas figuras que ascendían cobijados por los hermanos terminaron por volver al llano con la marca del descrédito. Sucedió en los años ochenta con Antonio Pérez Herrero, el responsable del “sector ideológico” del PCC. Carlos Aldana, quien había crecido bajo el ala de Raúl, y llegó a ser el número tres de la isla, perdió todo su poder en 1992. Ocurrió algo parecido con Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque y Carlos Lage: pasaron del estrellato al ostracismo.
A diferencia de esa estirpe de promesas descartadas por los Castro, Díaz-Canel recorrió todos los andariveles del partido y el Estado. Pocos meses después de su nombramiento como presidente abrió una cuenta en Twitter. Todo parecía indicar algo más que un cambio de formas. En sus intervenciones en las redes sociales da muestra de mayor tolerancia en temas como la diversidad sexual. Su límite es siempre la defensa a libro cerrado de los pilares de la revolución.
Hijo de una maestra de escuela y un trabajador de la industria cervecera, al graduarse en la universidad, en 1982, se incorporó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Pasar por las filas del Ejército era una condición casi indispensable para convertirse luego en un dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Le tocó hacerlo en medio de los temidos efectos de la Perestroika de Mijail Gorbachov en la isla. Fidel intuyó muy pronto que la Unión Soviética se desplomaría. Díaz-Canel debió escuchar con perplejidad aquel discurso de 1988 en el que llamó a los cubanos a prepararse para ese escenario. En 1994, y bajo los rigores del llamado ‘periodo especial’, en una Cuba sin energía eléctrica ni provisiones, llegó a la dirección partidaria de su provincia de Villa Clara, en la región central de Cuba.
El premio a la lealtad cuando cundía el desencanto y hasta la deserción, pavimentó su ascenso personal. En 2009, ya con Raúl como sustituto de facto de su hermano, fue designado ministro de Educación Superior. Tres años después reemplazó a José Ramón Fernández, “el Gallego”, uno de los históricos del castrismo, conocido por su recalcitrante ortodoxia, como vicepresidente del Consejo de Ministros.
Raúl levantó la bandera del recambio generacional y encontró en Díaz-Canel un ejemplo cabal. “No es un advenedizo ni un improvisado”, lo definió. Cuando Castro lo señaló como su sucesor en la presidencia, no dejó de recordar que el viejo general mantendría el liderazgo en las “decisiones para el presente y futuro de la nación” como principal autoridad del PCC. Ese tiempo ha concluido. Díaz-Canel debe impulsar cambios económicos para que nada cambie políticamente. Los conocedores del dilema cubano creen que se enfrenta a la cuadratura del círculo.
La salida de Castro podría estar acompañada de la jubilación de otros militantes que lograron el triunfo de la revolución en 1959, incluido el segundo secretario, José Ramón Machado Ventura, de 90 años, y Ramiro Valdés, de 88 años; aunque hasta el momento no se ha confirmado que ninguno de los dos abandone el Buró Político del PCC.