Verdaderamente, la Revolución Cubana, en bases, contaba con todos los requisitos para convertirse en el mayor paradigma para los pueblos del Tercer Mundo, pues no fue concebida por ningún partido político y sus pilares estratégicos eran absolutamente democráticos, pero sufrió grietas irreparables en el camino.
Fidel Castro acusó a Huber Matos de traicionar la causa en octubre de 1959, quien presuntamente había intentado sembrar confusión y discordia dentro de las filas del Ejército Rebelde, pero, en realidad, solo había abierto los ojos y se había percatado de que el sistema que el Comandante en Jefe estaba intentando posicionar no era una revolución, sino una dictadura, de alguna forma igual a la que acababan de derrocar.
El apoyo popular que recibió el triunfo del Ejército Rebelde en el 59 podía haber sido aprovechado para implantar en Cuba la democracia que se había planificado y por la que tantísima gente luchó y murió, pero, en vez, la estrategia trazada por la comitiva de Castro traicionó todos los ideales con los que se había forjado su ideología y su causa. Esta fue una primera oportunidad de hacer las cosas bien desde el principio.
Luego de muchos indicios, esto finalmente se concretó el 16 de abril de 1961, cuando Fidel manipuló a su antojo a la audiencia nacional con una diestra y demagógica aplicación de psicología de masas, y declaró el carácter socialista de la revolución (cuando todo el mundo conocía perfectamente las tendencias comunistas y dictatoriales que se estaban adoptando desde entonces).
Fidel pudo haber convocado entonces a elecciones libres y multipartidistas como se debía (las que seguramente hubiera ganado), pero no, quiso desaprovechar la segunda oportunidad de sentar un socialismo democrático, del cual sería el primer precedente.
Claro, las relaciones entre los países socialistas del momento estaban verdaderamente afincadas e inmiscuirse resultaría increíblemente beneficioso para una islita tan pequeña que necesitaría de muchísimo tiempo y capital para levantarse por su cuenta, así que entrar en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y afiliarse oficialmente con el socialismo soviético proveyó el golpe perfecto para no tener que desarrollar una economía propia.
De repente, la isla se convirtió en el recurso más poderoso de la URSS en su guerra contra Estados Unidos: un portaaviones insular a unas millas de las costas del poderoso imperio norteamericano.
Castro, partidario y fanático del militarismo, vio entonces en el uniforme verde olivo una buena fuente de ingresos, exportando cubanos como recursos clave para el terrorismo revolucionario a países con conflictos armados.
Cuando James Carter llegó a la Casa Blanca, las malas relaciones con el vecino del norte parecían encauzarse de buena manera, pero Castro se negó entonces a cumplir con las únicas dos condiciones impuestas, las que pedían que la isla comenzara a respetar los derechos humanos y dejara de intervenir en los asuntos internos de otros países. La “ayuda internacionalista” en naciones africanas continuó y la economía cubana no sufrió demasiado porque la isla solía recibir por aquellos tiempos unos 6.000 millones de rublos anuales desde la URSS.
Y así ocurrió la tercera oportunidad perdida por Fidel Castro.
Con el derrumbe del campo socialista de Europa del Este, se evidenció la inoperancia del sistema, y Fidel Castro hubiera podido aprovechar la completa derrota ideológica y económica para voltear la dirección del barco; pero no: su orgullo o sus intereses personales se interpusieron y dejó ir un cuarto chance.
Entonces, sin los recursos que proporcionaba la hermana Rusia, el país es su más profundo agujero económico, del cual aún quedan vestigios y consecuencias.
Como quinta vez que se le puso en bandeja de plata la oportunidad de denegar el socialismo como modelo económico apropiado para regir la isla, la visita de Obama no fue recibida con toda la simpatía que ameritaba por parte del Gobierno cubano.
El paso del entonces presidente de Estados Unidos por Cuba recibió algún que otro maltrato diplomático, y una posición menos hostil por parte de los cubanos, sin perder la soberanía, hubiera ahorrado mucho sufrimiento y necesidad al pueblo, en retrospectiva.
Fidel Castro tuvo una última ocasión para intentar corregir los errores del pasado antes de fallecer. Pudo haber grabado un video en el que reconociera que había tomado la decisión equivocada; un último acto de humildad que hubiera bastado para solucionar los numerosos problemas que aquejan a la población cubana, pero su egolatría una vez más primó por sobre su devoción a los cubanos.