Las ferias ambulantes que transitan por los pueblo cubanos exponen la venta de una gran gama de productos, desde manzanas, frituras y confituras varias hasta pañales desechables.
Rosario González, de 47 años, vecina del Los Palacios (Pinar del Río), fue trabajadora de una cafetería estatal por una década y luego decidió comenzar su propio negocio como parte de estas caravanas feriantes.
Se dedica desde entonces a elaborar y comercializar bocaditos, moviéndose por todo el Occidente de Cuba en una de estas ferias nómadas, pero a cada rato debe idear nuevas propuestas y promociones para atraer a mayor clientela a sus ofertas, y así hacer frente a la dura competencia que le rodea en este escenario ambulante y en la vida comercial en general. Esto se debe a que 59.700 cuentapropistas se dedican a la venta de alimentos en el país, de un total de 539.952 actualmente.
Su grupo de emprendedores se dedica a cazar los lugares donde existan fiestas patronales, carnavales o demás festividades locales, para montar allí sus puntos de venta, improvisados con los mismos catres metálicos donde duermen.
En una nación donde el déficit habitacional supera ya las 600.000 viviendas, estas personas se pasan la vida en movimiento, solo haciendo estancia en caminos y plazas; de hecho, muchos no tienen hogar ni ningún arraigo a su origen. Rosario mudó de tener una vida laboral demasiado tranquila a acostumbrase a la fiesta y al gentio.
Los vendedores llegan a un pueblo y se registran inmediatamente en la oficina de Planificación Física del municipio. Luego alquilan un espacio para el mercadillo y enseñan sus licencias obtenidas en la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT) para ejercer estas actividades laborales.
Algunos vendedores han encontrado pareja en la caravana y se cuidan los unos a los otros, especialmente de controles policiales.
En las ferias se cuelan productos importados de Panamá, Rusia o Estados Unidos, aunque existen restricciones para comercializar estas mercancías.
Otros productos tuvieron origen en la red de tiendas en MLC, y en muchos pueblos representan un chaleco salvavidas para el desabastecimiento crónico.
Maurilio asegura que venden “al menudeo”, lo que facilita el proceso para mucha gente que no tiene cómo pagar por un paquete entero de algún producto como detergente, pero sí se puede permitir las bolsitas que reempacan.
El emprendedor explica que el grupo es el que valora el tiempo de permanencia en cada territorio, según las ventas del primer día y otros factores.
Una vecina de Candelaria comenta que espera la feria como cosa buena para poder comprar artículos necesarios, pero también hay algunos residentes que se quejan de los vendedores, alegando que duermen en los portales o hacen sus necesidades en la vía pública.
Ernesto y Uvisneido, de Guantánamo, encontraron la solución para ese problema, pues utilizaron sus ganancias para adquirir un pequeño tráiler con tres literas y un baño. Su negocio consiste en atracciones para niños, como un pequeño parque inflable y sillas voladoras, por las que los clientes pagan unos 5 CUP por vuelta.
Aquellos que no han logrado un remolque, montan sus catres en un espacio y pagan a un custodio para que patrulle. Nómadas al fin, la permanencia es efímera: solo para montar el negocio y dormir. Saben que deben empezar a pregonar o partir hacia otro lado con los primeros rayos de sol.