Tabacos clandestinos, el hábito que se convirtió en lujo por los altos precios de un habano de calidad en Cuba

Laritza Sánchez

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Tabacos clandestinos, el hábito que se convirtió en lujo por los altos precios de un habano de calidad en Cuba

A los pocos días de anunciar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, comenzaron a circular fotografías del entonces presidente Barack Obama recibiendo un habano en obsequio como un gesto de buena voluntad del Gobierno cubano. En vez de constituir una representación de la idiosincrasia y del pueblo cubano, la imagen solo logró crear descontentos populares por la realidad discriminatoria que sufre la población cubana respecto a la adquisición de estos tabacos criollos, los que ya se han limitado al consumo de unos pocos agraciados: dirigentes de primer nivel y altísimos funcionarios del Gobierno, cubanos con residencia en el exterior y extranjeros radicados en la isla.

La centenaria tradición cubana del tabaco se ha ido diluyendo en miles de regulaciones que la dirección del país ha implantado para reservar este producto para su disfrute personal, tanto para consumirlo como para sacar provecho de su comercialización.

Un solo tabaco Cohíba puede costar más que el salario semanal de un obrero cubano, y una caja con la rúbrica del fallecido Fidel Castro, subastada en cualquiera de los exclusivísimos eventos que celebra la compañía Habanos S.A., se monta sobre los salarios anuales de los profesionales cubanos en cientos de veces.

Ni los propios fabricantes de las unidades artesanales pueden catarlos, pues todos son inspeccionados de arriba a abajo al terminar la jornada laboral por la rigurosa guardia que custodia la entrada de fábricas como Partagás y Romeo y Julieta. Ninguno de los trabajadores pueden extraer ni un solo tabaco de la instalación, excepto aquellos descartados por no poseer la calidad requerida; aunque sí les dejan fumarlos dentro de la fábrica.

Pese a que se les paga un poco mejor a estos empleados que a los obreros de otros sectores productivos nacionales, sus salarios continúan siendo ínfimos, por lo que terminan optando por vender (a turistas y por muy bajos precios) las pocas unidades que la compañía les autoriza a llevarse algunas veces al año, y también se ven obligados a idear formas de extraer los tabacos de la fábrica, corriendo el riesgo de sufrir severas consecuencias como la expulsión de sus puestos laborales e, incluso, causas penales por hurto de la propiedad del Estado.

Se ha llegado a generar un mercado ilícito de habanos paralelo al oficial, donde estos se venden a precios menores, pero aún incosteables para los cubanos de a pie, quienes solo los adquieren para comercializarlos con extranjeros, jamás para consumirlos.

Las imitaciones de habanos, manufacturados en locales clandestinos y con materias primas falseadas, se comercializan en la calle, y hasta en tiendas del Estado, a precios que fluctúan entre los 50 y los 100 dólares.

Un trabajador de una tienda de Habanos S.A. de un hotel capitalino, comenta que los originales son considerablemente más caros y que la mayoría de los turistas no tenían el dinero suficiente para adquirirlos. También hay quienes no saben mucho de tabacos y sí pueden pagar la suma, por lo que les venden falsos por el precio oficial y se quedan con las ganancias. En ese grupo también entran los cubanos que compran para revender en el extranjero y los que quieren “especular”.

El empleado explica que él adquiere las cajas en 25 o 30 dólares y las revende por 100 y hasta en 200. Tanto en la isla como en el exterior son extremadamente pocos los que notan que son el producto es una copia, razón por la que la situación se repite en las tiendas y hasta en las fábricas, porque las carpinterías privadas también confeccionan a la perfección, de forma clandestina, las cajas de las distintas marcas.

Un experimentado tabaquero aclaraba que la treta es una producción exclusiva para “cazar ingenuos”, no para satisfacer una demanda de consumo al interior de la isla. Lamenta, además, que los cubanos ya no fumen tabaco, porque con el devenir histórico de estos últimos 62 años el hábito se convirtió en un lujo, y los que venden para la población vienen picados, viejos, durísimos. Dice que los cubanos pasan y se quedan mirando su labor de torcedura, pero ni preguntan para no impresionarse con el precio de una mísera unidad.

De la imagen típica del criollo fumador de puro solo quedan las mujeres del casco histórico, que intercambian una fotografía de su estampa autóctona por uno o dos dólares, ni siquiera fumando tabaco sino un embrollo de hojas, la identidad se ha perdido con el tiempo, la carestía y la prohibición, especialmente en estos tiempos, que si alguien saca siquiera el puro le tocan unos cuantos miles de pesos de multa por uso incorrecto del nasobuco.