El Gobierno cubano ha querido impulsar el turismo nacional con hincapié en los últimos años, creando la ilusión de que todas las familias se pudieran permitir frecuentar hoteles y balnearios en la isla. Campañas de publicidad y espacios de televisión nacional han sido dedicados a este asunto desde que el turismo extranjero cayó a causa de las sanciones de Washington y de la llegada del COVID-19.
La familia cubana nunca ha podido (ni podrá) vacacionar de la misma forma que un foráneo lo hace en Cuba.
Los mismos profesionales que se han dedicado durante años a trabajar para el Estado, son los que a menudo se victimizan por la sensación de fracaso personal que la propaganda cubana les inyecta.
Manolo, un vendedor ambulante de la Habana Vieja, comenta que «las vacaciones son para los ricos», así que la mayoría de los cubanos no probarán los dulces momentos de recreación en familia que tanto ofertan en la televisión. Él, que fue a la zafra, que se presentó a todas las movilizaciones y que fue vanguardia por muchos años, solo pudo ir a una casa en la playa en Guanabo en el año 83, y la jubilación es tan ínfima que no puede ni anhelarlo.
Manolo y otros millones de cubanos se encuentran en la misma situación.
Otro anciano jubilado, Germán, se dedica a vender jabas de nylon en las calles de la Habana Vieja. La primera impresión que da hace pensar que quizás no aprovechó lo suficiente su juventud para asegurarse una vejez confortable, pero en cambio no hizo más que trabajar para acabar desilusionado. Se refiere a esas vacaciones promovidas como destino vacacional como un verdadero lujo, por lo que dice que en esas cosas es mejor ni pensar, así como que nunca hace caso a lo que dicen en la televisión.
Entretanto, los funcionarios del Gobierno se refieren a «precios asequibles”, de sobreventas y de “alta demanda” en un escenario donde, ni con la reforma salarial, los trabajadores estatales se pueden permitir apenas unos días en un hotel de Cayo Coco o de Varadero. La prensa publicita ambos destinos turístico como los más demandados por los turistas nacionales, especialmente en temporada baja, pues coincide con los meses de vacaciones escolares.
Una sencilla habitación de un hotel de baja o mediana categorías puede costar 80 y 150 dólares la noche, sin siquiera contar que el “turista nacional” es considerado un apestado o un mal necesario, por muchos dólares que se gaste en las instalaciones en los servicios personalizados.