¿Dónde tú vives?
En la Villa Panamericana – respondo.
¡¿Dónde?!
En Cojímar… – me resigno.
La villa, mi villa, ese lugarcito al este de la ciudad, despierta alegre cada día. Frondosas copas cubren las aceras, el paseo central moldea un panorama arquitectónico rectilíneo. Las aves planean, los transeúntes van tranquilos (antes de la pandemia, por supuesto), todos saludan, todos se conocen. La brisa corre, la luz y la sombra están en perfecta armonía como en cuadro impresionista. No hay sonido estruendoso ni algarabía, si acaso la eventual mesa de dominó. El mar a lo lejos, las guaguas no alteran al pasar. La Villa Panamericana, como dicen de Sevilla, tiene un color especial.
Este nido, arropador, yace entre los repartos Camilo Cienfuegos, Antonio Guiteras y Alamar, justamente anexado a Cojímar (son básicamente la misma localidad), por eso los nativos sienten orgullo de ambas patrias. Solo hay que doblar derecha en la Vía Monumental y cruzar el puente, como duendes sobre arcoíris. Verde, rotonda, fuente, paseo: todo te recibe.
La Villa Panamericana fue fundada en 1991 a raíz de que sirviera de alojamiento para los 5 mil atletas participantes en el evento deportivo más importante celebrado en Cuba: los Juegos Panamericanos.
Cuando a La Habana fue otorgado el ser sede de la oncena edición del evento, el gobierno decide construir el complejo deportivo y el reparto residencial en el oeste de Cojímar, terreno que todavía tenía gran potencial y no estaba muy alejado del centro de la urbe, ideal para el propósito. Se edificó entonces, con gran apoyo y embullo por parte del gobierno y de los cientos de voluntarios civiles que se propusieron para construir, un barrio de 53 edificios de viviendas y servicios en planta baja en varios de ellos (los que dan al paseo), un hotel con 80 habitaciones, una escuela primaria, otra secundaria y una cocina-comedor enorme, conocida como el “comedor gigante” (hoy en ruinas e inutilizada en su mayoría).
Las edificaciones, todas diferentes, destacan por su propia personalidad y estilo constructivo, además de estar justamente pensadas para encajar entre sí y adaptarse a la forma de las callejuelas interiores de cada manzana. Estos subterfugios son únicos, uno diferente para cada cuadra, con altibajos, escaleras, formas bizarras y zigzagueantes; un laberinto en toda regla. Y parecida es la arquitectura del paseo central del barrio: su estructura eje sigue un curso recto, pero los asientos circulares, las escalinatas y las rampas (todos con detalles en blanco y rojo) esbozan una obra maestra.
Tras construir el complejo panamericano (Estadio, Complejo de Piscinas, Complejo de Canchas de Tenis, Velódromo y fuente Habana-Pyongyang), la villa quedó habitada por familias de microbrigadistas (entre ellos, mi progenitora) que habían participado en su construcción en 10 de sus 12 manzanas, y las otras dos, se destinaron al turismo.
Entre los servicios funcionales desde 1991 se encuentran gran cantidad de tiendas, una dulcería, un complejo de hoteles, una oficina de Etecsa, una unidad de correos, bares, un salón de belleza, restaurantes, banco, relojería, dos farmacias (entra ellas, la Farmacia Internacional del municipio), zapatería, dos estudios de fotografía, un Infotur y una oficina de Western Union.
Honestamente, esta localidad disfruta de grandes ventajas, sobre todo la cuadra y el edificio donde vivo (mamá, diste en el clavo “mijita”): en la esquina está la sucursal del Banco Metropolitano, a media manzana está la escuela primaria, a dos, la secundaria y a seis o siete, el Preuniversitario de Cojímar, todas las paradas de ómnibus urbanos que pasan o comienzan en la localidad se encuentran a dos manzanas, todas las viviendas tienen teléfono (o la mayoría) y los arreglos eléctricos son soterrados, por eso raramente “se va la luz”, mientras que el bloque de al lado, que ya es Cojímar, está «apagao» (eso sí, pasa exactamente lo contrario en el caso del agua)… ¿sigo? Muy céntrico, sí señor (y señora, incluyamos).
La villa es, en general, patria de tranquilidad, alejado de la multitud, la falta de higiene y el bullicio de las zonas más céntricas de La Habana, además de ser un barrio relativamente nuevo y cuidado.