Luis Silverio es un jubilado de 76 años de edad que recorre día a día las calles de Santa Clara en su bicicleta adaptada, vendiendo maní tostado.
Luis trabajó toda su vida, y las venas hinchadas de sus brazos evidencian que no ejerció un empleo de oficina, sino que trabajó más de 20 años cambiando traviesas y raíles de ferrocarril, bajo el amargo sol o la extenuante lluvia.
Luis podría disfrutar de su jubilación con su familia en casa, pero se ha visto obligado a trabajar, aún exponiéndose al contagio de la COVID-19, para poder aportar su sustento a la economía familiar.
Contó que llegó a Santa Clara desde lo profundo del monte de Báez cuando tenía 38 años, y no tuvo más alternativa que dedicarse a este tipo de empleos para poder hacer bastante dinero antes de jubilarse.
Luis tiene una estrategia que ha resultado bastante provechosa, que consta de vender maní a las personas que esperan en las extensas colas de la tienda MLC.
Lo mismo maní tostado, que molido, que garrapiñado, pudín, raspadura o bolita acarameladas, Luis se esmera en preparar sus dulces para buscarse la vida, aunque con la escasez de maní y azúcar, le resulta todo mucho más difícil.
Luis se esfuerza mucho en ganar lo suficiente para asumir el costo de los tratamientos y los cuidados que su esposa necesita, quien padece de cáncer desde hace 18 años.
La implementación de la Tarea Ordenamiento en el país ha afectado a toda la población, pero especialmente a los jubilados, cuyas pensiones subieron en una cantidad irrisoria, mientras que los precios en el sector estatal y en el privado se han multiplicado hasta por 20 veces su precio anterior.
Su poder adquisitivo ha decaído significativamente, por lo que, pese al gran riesgo que corren las personas de la tercera edad en caso de contraer el coronavirus, muchos deben ganarse la vida (nuevamente) empleándose en labores informales: mensajería, zapatería, relleno de fosforeras, venta de útiles del hogar o dulces caseros y reventa de cigarros, jabas de nylon y periódico.
Javier Díaz, de 72 años de edad, remienda calzado durante todo el día bajo las faldas del estadio Sandino, luego de más de 30 años dedicado al oficio. Javier llegó a Santa Clara desde La Habana con un solo pullóver como propiedad.
Comentó que le cuesta 187 pesos al mes en total por el área de trabajo, que debe pagar con su esfuerzo, porque no tienen familia ni conocidos que lo ayuden.
En Villa Clara, una buena parte de los adultos mayores todavía constituyen el sostén principal de la economía hogareña gracias a oficios que no representan grandes ganancias pero son entradas que soportan, en muchos casos, la incapacidad para trabajar de sus parejas con problemas de salud inhabilitables o descendientes suspendidos temporalmente de sus labores profesionales por causa de la pandemia.
El ordenamiento monetario y todo lo que acarreó influyó, teniendo en cuenta condiciones preexistentes y socioeconómicas del país y del hogar, en que muchos ancianos hayan buscado ocupaciones que generalmente los jóvenes repelen, como mensajero, limpiabotas.
Tal es el caso de Ignacio, de 74 años, que sudando y con las piernas hinchadas, no para de hacer su recorrido por si sus clientes cambian de mensajero. A veces hace la ruta hasta tres veces, en un área de diez kilómetros entre las cuatro casas a donde tiene que llevar los productos y los puntos de venta. La ganancia es mínima y a veces no le alcanza para las pastillas de la presión porque la comida está muy cara. Su esposa falleció hace unos años y tiene una hija de otro matrimonio con la que no tiene mucha relación, así que al pobre Ignacio le toca valerse solo.