Quizás sea Enesto Martín el único guajiro en todo el Escambray que no se levante disparado a tomarse su café en la mañana. Dejó de gustarle cuando hace varios años su mujer traicionó a su colador por una cafetera que terminó explotando y llevándose una parte del techo de la casa.
“A ella no le pasó nada, por suerte —describe mientras le lanza una mirada como de tregua—, pero a mí el susto me curó del vicio del café para toda la vida. Y fue mejor, porque unos añitos después las plantaciones dijeron: a ponerse flacas, a enfermarse y a parir unos granos raquíticos que casi no rendían. Aquello lo que daba era lástima”, cuenta Ernesto.
Así lo relata, con mucha tranquilidad, como si aquella cafetera explotando tuviera algo que ver con el deterioro que progresivamente ha ido propagándose con los cafetales de Cuba, los cuales si dan una verdadera lástima.
Ernesto desconoce como ha sido en las zonas orientales donde el café siempre se ha dado “donde quiera”, pero en el lomerío del Escambray si recuerda que en los años 80, la zona aportaba unas 2000 toneladas del aromático grano en una sola cosecha.
“Pero empezamos a ir para atrás y para atrás como el cangrejo, dejaron de subir los recursos a las montañas, la broca se plantó en sus trece y, para colmo, a la gente le dio por bajar para el llano”, rememora con pesar.
En la cosecha de 2006-2007 la producción cafetalera en el territorio tocó fondo con apenas 98 toneladas, una cifra que los campesinos han optado por borrar de su memoria ya que la provincia quedo grabada en las estadísticas provinciales en valores en rojo.
“Yo mejor ni le cuento la triste cantidad de latas que recogí en esos años —admite Ernesto Martín y, a seguidas, pone el dedo sobre la verdadera llaga—. Además, casi todas las vendía por la izquierda porque me daba más resultado que vendérselas al Estado”, cuenta Ernesto.
Los desfasados precios imperaban hasta hace poco en el mercado estatal, a unos valores tan bajos que prácticamente pedían a gritos una aumento.
Ahora ese aumento es palpable, de los 50 pesos a los que se vendía una lata de café de primera calidad ha pasado a costar 161 pesos, mientras que el de segunda oscila los 135 pesos.
“Por estos contornos siempre se ha recogido café porque es una tradición que, al menos yo, heredé de mis padres, pero no le voy a mentir: si pagan mejor uno se esfuerza en sacarle el quilo a la mata”, cuenta Roberto Zamora, un caficultor de Topes de Collantes.
Quienes no han estado para nada contentos son los representantes del mercado negro del café, quienes operando en una parasitaria red se apropiaban casi del 20% de las cosechas.
Expertos del territorio que han venido siguiendo los altibajos del grano coinciden que tanto en el café, como en los demás renglones agropecuarios se deben mejorar los indicadores de la eficiencia industrial y producir más.
“20 dólares americanos por un cuarto de kilogramo de Crystal Mountain, y el café de esa marca sale de estas mismas matas que usted está viendo”, cuenta Ernesto, quien ni entiende, ni quiere entender que la producción de café cubana sea solamente en estos momentos sola una cifra de lo que en algún momento fue y que países como Vietnam que aprendieron a cosechar el café en Cuba, sean hoy la segunda potencia exportadora de café del mundo.