La Revolución Cubana y Fidel Castro fueron decisivos, más bien obstinados, en querer cambiar muchas cosas una vez llegados al poder en 1959. Muchas costumbres desaparecieron, otras mutaron, otras surgieron; los carnavales comenzaron a celebrarse en julio en vez de en febrero y los regalos de los niños no se darían el 6 de enero por la tradición de los Reyes Magos, sino en el mes de julio en un Día de los Niños recién brotado de su ingenio.
Julio se convirtió en el mes más importante y celebrado del calendario cubano, porque fue en ese mes que se dio el asalto a los cuarteles militares Moncada y Carlos Manuel de Céspedes; un suceso empapado por violencia, sangre y fuego que dio como resultado que ahora solo sean tres días feriados para la mayoría de la población y nada más allá.
El establecimiento de dos libretas de abastecimiento en 1962 (una para alimentos y otra para bienes industriales) fue un antes y un después para aquellas familias que querían conservar determinadas costumbres ‘capitalistas’, incompatibles con el nuevo sistema político y económico regente.
Festejos como los regalos de Reyes Magos o los turrones de Nochebuena no solo fueron olvidados, sino prohibidos. Algunos ingeniosos hacían algún trueque en el puerto para conseguir bienes raros y lujosos desde el exterior (clandestinamente, claro), y, en el caso de los juguetes u otros artículos (de vestir, por ejemplo), muchos reutilizaban los de su infancia o fabricaban lo suyos.
Las colas en la década del 60 y poco después para adquirir (con la libreta de abastecimiento, por supuesto) juguetes para los niños llegaron a ser célebres, recordadas hasta en estos días. Los famosos ‘básicos’, ‘no básicos’ y ‘dirigidos’ siguen en el imaginario popular como símbolo de lo que fue aquella época. Esta medida gubernamental y equitativa estipulaba que todos los menores entre 0 y 13 años de edad tenían derecho a un juguete básico y dos adicionales al año (sí, una vez al año, y en el mes de julio para variar), por la libreta de bienes industriales y únicamente en la tienda asignada por el MINCIN (a la que había llamar por teléfono previamente, en un momento donde menos del 40% de la población tenía teléfono). El plan no era realista, pues los juguetes básicos casi nunca alcanzaban para todas las familias.
No fueron muchos los niños afortunados cuyas madres y padres lograban estar al frente de la cola y recibían entonces juguetes como balancines de caballitos, carriolas, casas de muñecas o juegos de sombrillas de paseo; la mayoría se tenía que conformar con los yaquis, las pelotas de béisbol, y las canicas. Por mala fortuna o habilidad, a un gran número de padres les tocaba siempre comprar al tercer o cuarto día de oferta, cuando ya se habían agotado todos los productos atractivos. Y no todos los comercios ofertaban la misma selección de juguetes, así que había que elegir entre lo que había y luchar para lograr comprarlo (actitud que también se ha vuelto tradición en el país desde entonces).
¿Y qué decir de los pocos metros de tela que se otorgaba a cada núcleo, también, una vez al año y en julio? Los pocos trapos que salían de allí tenían que alcanzar para todo el año a remiendos y horas lavando las manchas de churre. Los niños con madres costureras o padres sastres eran los que podían vestir un poco mejor.
Pensar en catar uvas, aceitunas o turrones en aquellos años era casi un delito; y una Navidad sin turrones no es muy navideña.
Era una época donde estaba totalmente prohibido adquirir cualquier ítem que no fuera otorgado por las libretas de abastecimiento, pero lo más complicado no era el estar prohibido, si no el no tener ningún mercado negro al que acudir en secreto en algún momento desesperado.
Ahora no hay turnos por teléfono, juguetes por libreta ni Reyes Magos y Navidades clandestinas, sino dólares y grandísimas cantidades de CUP para comprar juguetes en tiendas MLC y ofertas de cenas de fin de año en la Plaza de la Catedral de La Habana, Cabaret Tropicana u Hotel Nacional de Cuba.