Puede que no se crea, que sea una intrépida afirmación, ajena a todo tipo de lógica y estadística, pero, al menos en La Habana, es una realidad: aquí se celebra la Navidad con parafernalia y todo.
Los negocios estatales nunca se vestirán de rojo en diciembre, pero el resto, las casas, comienzan a engalanarse con los albores de noviembre, y los negocios privados, a inicios de diciembre. Al principio, era solo la ornamentación lo que se comenzó a reproducir desde los hogares cubanos, pero ya hasta cestas de Navidad regalan a lo interno de negocios particulares.
El 24 de diciembre es una fecha que se celebra, y de eso no hay duda. Hay quien tiene más, hay quien tiene menos, pero todos reúnen para auto-regalarse una buena comida en casa, o salir a cenar afuera; algo que reconforte los corazones luego de un año de trabajo y sacrificio, sobre todo en el caso del aciago 2020. Y eso será únicamente cuando la gran mayoría del pueblo cubano se camine todos los alrededores y más allá en una persecución épica de frijoles, carne, yuca, tomate lo típico de una festividad criolla.
Luego, a la Misa del Gallo, tradición que ha ido creciendo con cada año entre los cubanos, y es que la Navidad en sí ha ido creciendo entre las tradiciones más arraigadas de esta época del año, pasando de ser algo intrínseco de la vida del cubano desde los días de la colonia hasta 1959 (puede que no fuera una celebración de Santa Claus y regalos como parte del espíritu consumista que asumió por completo la fecha, pero de seguro se festejaba la parte religiosa que corresponde) a estar prohibida por el gobierno revolucionario, a volver a emerger.
En 1970, incluso se eliminó el 25 de diciembre como día feriado del calendario, bajo la excusa de la irrupción del trabajo en los cañaverales a raíz de la zafra de los 10 millones por parte de las celebraciones. Y puede que hasta hubieran suspendido los festejos de fin de año si no fuera por el triunfo revolucionario. ¡Aleluya por la Revolución! (por irónico que suene).
27 años fue lo que perduró la censura del festejo navideño en Cuba, pues volvió a su merecido puesto con la visita del Papa Juan Pablo II a la isla en 1997.
Cierto que los adornos son lindos y los regalos no se niegan, pero deberíamos repensar toda la celebración como etapa de regocijo familiar, de confraternización y redención. Si fuimos capaces de retomar la festividad, deberíamos ser capaces también de distinguir entre tiempo de agradecimiento por lo que tenemos y obsequios que no aportan nada, y no perdamos así el tan preciado espíritu navideño que tardó tanto en volver a los hogares cubanos.