Teatro Campoamor, la lenta muerte de un símbolo de La Habana abandonado por la Revolución

Redacción

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Teatro Campoamor, la lenta muerte de un símbolo de La Habana abandonado por la Revolución

A un lado del Capitolio, emplazado en las céntricas calles de Industria y San José, se erige una edificación que para la actual sociedad cubana carece de significado, pero para la histórica Habana, la Habana gloriosa de las décadas del 30 y 40 del siglo XX, aquel lugar, llamado Teatro Campoamor, era la sede de la edad dorada de la cultura.

El Teatro Campoamor fue inaugurado el 20 de octubre de 1921. Su construcción estuvo bajo la mirada y el financiamiento de la empresa Santos y Artigas, propietaria del circo más importante de Cuba. El nombre se debe a Ramón de Campoamor, uno de los más grandes poetas románticos españoles del siglo XIX. La arquitectura del teatro sigue un estilo neoclásico con toques modernos americanos. Con tres pisos de alto, el teatro tenía espacio para 2000 localidades que se distribuían en forma de herradura. Estaba decorado con orlas doradas y sus barandillas lucían un fino trabajo en bronce.

El Campoamor, distinguible por su elegancia, fue el teatro de los grandes espectáculos, de la operetta, la zarzuela y los maravillosos musicales; el teatro de la intelectualidad y el teatro del progreso. Sus telones vieron desfilar a las mejores compañías de revista española, cubana y latinoamenricana. Allí se estrenó la gran Rita Montaner, interpretando El zunzún de Ernesto Lecuona; se presentó la mismísima Lola Flores para cantar, al sonido de las palmas, La zarzamora; grandes artistas de la época hicieron aparición en el local: Angelita Castany, Blanquita Amaro, Libertad Lamarque, Alicia Rico y el grande Brienguer, entre otros. Se ofrecían también espectáculos de humor, que satirizaban, las mayoría de las veces, a los políticos de la época.

Poco años después, el 15 de febrero de 1928, el lugar fue elegido para la visualización de una premiére americana, The Jazz Singer, la primera película sonora de Warner Brothers. Para su estreno, se instaló el sistema de audio Vitaphone, presente solo en los cines de las grandes ciudades, New York, Chicago y California. De este modo, el Teatro Campoamor amplió sus funciones a cine. Se combinaban las puestas en escena de los espectáculos, que duraban semanas, con largometrajes, cortos de humor y otros de noticias.

Asimismo, el teatro fungió de hogar para los intelectuales de la época. Allí el famoso antropólogo cubano Fernando Ortiz celebró una velada afrocubana y presentó, por primera vez en la historia de un escenario, los tambores batá, tan característicos de los cultos de origen africano. En 1936, el propio Ortiz en colaboración con el poeta cubano Juan Ramón Jiménez, organizó un Festival de Poesía. Y la poeta de fama universal Gabriela Mistral se presentó en el teatro para dar lectura a una investigación sobre los Versos Sencillos de José Martí.

Por desgracia, en 1965 el local cierra sus puertas por peligro de derrumbe y hasta hoy ha estado fuera del foco cultural. Sin embargo, el grupo de restauración de la Oficina del Historiador ha decidido devolverle al Teatro Campoamor su antiguo esplendor y se ha sumergido en una dura labor constructiva. Esperemos que en poco tiempo, aquellos que no hemos disfrutado de la maravillosa instalación, podamos sentir también el calor de la época dorada de los años 30 y 40 y que, una vez más, el Campoamor vuelva a brillar como uno de los mejores teatros de la capital.