El joven innovador guarda con recelo una imagen de cuando apenas medía centímetros de altura. En la fotografía aparece junto a un montón de brochas con las puntas malgastadas. A su derecha, unas pocas acuarelas y algún que otro papel en blanco. Sus pequeñas manos manchadas de azul celeste esbozaban siluetas por todo el salón, mientras dejaba entrever su pasión por el dibujo.
Aquel infante ocurrente, a quien conozco hoy como el pintor de Buenavista, es Máisel López Valdés. Nació un 25 de julio de 1985, en dicho barrio capitalino y es un claro ejemplo de que si algo sobra en la isla es talento. A los 14 años, su madre Verónica lo inscribió en clases de pintura, en la Casa de Cultura del municipio Playa. En dicho taller recibió, por vez primera, la instrucción de grandes representantes de la plástica cubana.
“Néstor Martínez y Juan Pablo Machín fueron mis primeros referentes en la pintura, me enseñaron a abrazar con mi arte el humanismo. Ante ellos me quito el sombrero”.
No todo fue fácil en la vida del pintor. El sacrificio y las ganas de crecer fueron constantes de su andar. Cuando por dos años consecutivos falló en su intento por entrar a la Academia de Artes “San Alejandro”, se sintió derrotado, pero supo levantarse de aquellas abatidas y a los 17 años cumplió su meta y entró en la academia.
¿Qué representó en su carrera haber estudiado en una escuela de tal prestigio?
“Fue vital en mi formación. Allí aprendí los secretos del lienzo y comencé a ver el arte de otra forma. Las enseñanzas de buenos profesores me dotaron de herramientas técnicas y apreciativas fundamentales para todo artista”.
Con ese aire pensativo de creador, rememora también sus inicios en el muralismo, cuando en 2009, como miembro de la Misión Cultura Corazón Adentro, en Caracas y Portuguesa, realiza los primeros trabajos de este tipo. Desde entonces el lienzo se le hace pequeño, ve en esta técnica una vía innovadora para acercar el arte al espectador.
Durante su estancia en Venezuela, también descubrió la gran aceptación de su obra en un contexto diferente. En Cuba no es muy común ver el arte en las paredes, pero con su serie Colosos, ha revolucionado conceptos de estética, ha transformado los muros olvidados de la capital en exposiciones permanentes.
Milésimas de segundos son suficientes para que el hechizo cobre vida, los 30 megarretratos, llaman la atención de los transeúntes cuando pasean por las calles de Buenavista. Las dudas invaden la mente de quienes detienen su andar agitado para observar rostros llenos de expresividad. Gracias a ello, en la semana de la cultura de Playa, Máisel obtuvo el Reconocimiento de Cultura municipal, en 2018.
¿Qué mensaje desea transmitir con estos colosos?
“La palabra precisa es emoción. Los niños son las caras del futuro y por eso agiganto sus rostros en las paredes desde el 2015, para enmarcar su función como ser social. La idea es hacer que se perciba la obra como en una galería real y sean capaces de sentir como el arte puede transformar la ciudad. Es una creación eternamente martiana: ‘con los humildes y para los humildes’, una galería a cielo abierto.”
En la calle 25, entre 44 y 46, municipio Playa, se encuentra uno de estos murales. En él aparece una pequeña rodeada de mariposas, las cuales, según el autor, son un reclamo por la eliminación del maltrato infantil. El artista extendió su obra más allá de su comunidad y hoy posee retratos en el Hospital Pediátrico William Soler, en el Acuario Nacional y en las Casas de la Cultura Félix Pita y Mirta Aguirre.
¿Cómo escoge los niños? ¿Quiénes son?
“A menudo, luego de pedir los permisos necesarios, comienzo a crear desde lo que me hace sentir. Me emociona representar al niño cubano y dejar a un lado la superficialidad de los estereotipos para agigantar la cubanía de rostros inocentes”.
El día en que dibujaba el rostro de Melissa, en 19 y 70, ocurrió un accidente de tránsito en la misma intersección. Los vecinos especulaban que la niña de la pared había fallecido en dicho suceso. Durante meses la imagen estuvo acompañada por velas y flores puestas por quienes conocían el rumor. Pero el pintor corrobora que la niña aún corre incesante por las calles de Playa.
En un mundo donde los pintores ingenian alternativas solo para vender más, Máisel parece pretender lo contrario con cada obra, pues el proyecto Colosos no recibe ningún financiamiento.
Entonces… ¿Cómo lo hace viable?
“Aunque el gobierno está feliz por esta iniciativa, no me interesa recibir financiamiento de ningún sector. En mi proyecto Dibujando con Máisel trato de potenciar el talento artístico de personas de diferentes edades sin ánimo de lucro. El arte es para todos y por eso trato de financiarlo con mi trabajo pues quien financia, en ocasiones decide dónde hay que pintar y qué hay que pintar y mi obra es totalmente libre. Disfruto el arte en la medida en que logro acercarlo a otros”.
Quizás, la primera enseñanza del habanero a sus alumnos sea la humildad. ¿Continuarán apareciendo rostros de niños en los muros de La Habana?
“Tengo pensado continuar, aún me faltan muchas paredes por descubrir y niños por pintar”.
Cada miércoles, a las 2 de la tarde, el artista deviene como profesor del taller Cuenta Conmigo, un proyecto protagonizado por adolescentes y jóvenes Síndrome de Down.
“Para los talleristas no existen los límites, son capaces de ver el arte como vía para expresar su espiritualidad. Me siento orgulloso de poder ayudarlos a desarrollar sus habilidades”.
Un papel es suficiente para dar rienda suelta a los mundos maravillosos que “el profe” les ayuda a revelar.
El muralista posee además una colección en lienzo. Manteniéndose en la línea del retrato realista, innova con otros grupos sociales. En su serie Ninfas incursiona en el desnudo femenino. Sin embargo, la figuración, el blanco y el negro son para Máisel principio y fin de toda creación.
¿Qué significa para usted ser artista?
“Hace días publiqué un post referente a esto. Es necesario entender que un artista no es quien pinta muy bien, canta perfecto o escribe poemas con gran tecnicismo. Tampoco lo es quien por su desempeño gana premios o dinero. Un artista es aquel que realiza su obra hasta el final de los días porque lo precisa cual necesidad básica, es quien utiliza como combustible su realidad para echar a andar el imparable motor del arte”.