Nacida el 21 de octubre de 1925, Celia Cruz valía más por lo que era, que por lo que hacía. Era mucho más que su ritmo y su poderosísima voz. Mujer soberana, que nunca supo doblegarse. Ante nadie. Ni ante un Fidel Castro que jamás la pudo someter.
En 1959 era ya muy popular en Cuba como vocalista de la Sonora Matancera, cuando cantando en la fiesta de un poderoso empresario, arribó Castro que unos meses antes había arribado también a todo el poder… es un decir. Contaba Celia que la “mandó traer” para conocerla, pues el líder revolucionario aseguraba haber cantado Burundanga cada vez que limpió su fusil escondido en la Sierra Maestra; ella dijo “a mí me contrataron para estar paradita junto al piano. Si quiere, que venga él”. No fue. Subordinados la buscaron insistentes para cantar en actividades políticas. Jamás aceptó.
Pocos meses después, el comandante fue el sorpresivo invitado especial a un espectáculo del Teatro Blanquita de La Habana; al saber que Celia estaba en el cartel solicitó al empresario que ésta le interpretara y dedicara… Burundanga. Ella instruyó a todos los músicos para decir que no traían la partitura y que no se la sabían de memoria. El empresario pidió además a todos los artistas que bajaran del escenario al besamanos… Celia se salió por la parte de atrás del escenario. El empresario la abordó para decirle que su acción la dejaba sin salario. Ella se quedó sin paga y Castro… con un costo mucho mayor: sin Burundanga.
De eso de pelear por lo que ella quisiera hacer en la vida, la había enseñado su madre… a la que llamaba Ollita. El padre tenía a Celia estudiando para maestra y no quería que se dedicara a cantar, como ya apuntaba en concursos de aficionados. “Tú no le hagas caso al negro ése… y canta, si eso es lo es lo que quieres”. No era consejo. Era instrucción materna.
El padre estaba muy enfermo (moriría al poco tiempo)… Ollita tenía cáncer. Se necesitaba el dinero y salieron dos buenos contratos por un mes en México. Uno en el Terraza Casino -sobre la avenida de los Insurgentes- y otro en el Teatro Lírico. El 15 de julio de 1960 subió al avión con la Sonora Matancera. Los contratos se fueron extendiendo.
Entonces el gobierno cubano dictó como orden inmediata que todo aquel cubano que quisiera conservar su ciudadanía, tendría que volver a más tardar en octubre. Navegando entre el éxito musical y la decisión de no someterse, Celia desacató. Para Fidel fue la tercera… y fue la vencida.
Cuando en abril de 1962 murió Ollita, Celia Cruz estaba en Nueva York. Hizo trámites de inmediato para acudir al sepelio de su madre… y Fidel Castro no se lo permitió. Ella juró no volver, en tanto Fidel existiera… que existió hasta el 2016, 13 años más que Celia y juró que su música no se escucharía en un solo rincón de la isla. Los dos cumplieron.
No le gustaban las fiestas. Le gustaban las pequeñas reuniones con los que cupieran alrededor de un comedor, nada más. Tenía pocos amigos. En México, Tongolele y su marido Joaquín, el bongocero… o los célebres bailarines Roberto y Mitzuko, de toda la vida.
Siempre habrá mucho por decir de su inmenso legado artístico y de su coraje vestido de alegría. Entre muchos otros, temas consagrados como Tu Voz o El Yerbero Moderno… “Se oye el rumor de un pregonar / que dice así / el yerberito llegó-o-o, lle-é-góóóóó: traigo yerba santa, pa’ la garganta / traigo keisimón, pa’ la hinchazón…”
Habrá quien recuerde las impresionantes imágenes del funeral de Celia Cruz en el 2003… primero en Miami y luego en Nueva York, dentro de aquella hermosa carroza blanca, tirada por dos caballos blancos también con un techo de flores que circuló entre decenas y decenas de miles hasta la Catedral de San Patricio.
No se había muerto una famosa. Ahí se descubrió que la reina de la salsa, la huarachera del mundo… en el fondo era mucho más que eso. Era un símbolo… el símbolo de algo más que el dolor del exilio. El de la rabia del destierro.
Y su risa eterna cobró sentido… cuando tuvo entre sus manos el mayor tesoro. En un puño de tierra.