Su voz y su rostro son casi inconfundibles para los cubanos, desde que empezáramos a disfrutar de sus talento en el espacio Joven joven, donde interpretaba un papel en una obra del grupo de teatro aficionado Olga Alonso.
En la televisión ha hecho la mayor parte de su carrera, y allí hemos podido disfrutar de Corina Mestre en papeles de gran fortaleza o de una ternura infinita.
Quién no recuerda su papel de vieja mala en la inolvidable aventura Los Papaloteros, o su personaje en las telenovelas cubanas Pasión y Prejuicio, El eco de las piedras, Salir de noche y Doble Juego. O aquella incomparable personificación de la madre de todas las hermanas el teleteatro de La casa de Bernarda Alba.
Confiesa que le gustan los personajes que dejen algo en el público, que los hagan pensar y les digan algo, para provocar en ellos aunque sea un mínimo cambio con su actuación.
La actuación la descubrió desde pequeña, gracias a la poesía. Se ha declarado amante de la obra de poetas como Neruda, César Vallejo y José Martí. También le encanta bailar, sobre todo casino, y dice ser todo una experta en las ruedas de casino.
«La poesía para mí es como un dios. No se puede vivir sin ella. Es lo mismo que estar actuando. Creo que hace muchísima falta, porque escuchar poemas es una práctica que en los años ochenta era bastante popular y poco a poco ha ido mermando. Es imprescindible que la gente escuche y lea poesía. Es por eso que lo voy a seguir diciendo mientras viva», ha dicho sobre su gran pasión por la poesía.
Graduada de Licenciatura en Artes Escénicas (1981) por el Instituto Superior de Arte de Cuba, Corina ha regresado en los últimos años a la enseñanza artística, y desde las aulas transmite todo lo que sabe a las nuevas generaciones de actores y actrices cubanos.
Corina Mestre se ha ganado el puesto en el que está a base de trabajo, demostrando lo buena que es. Nunca fue el rostro lindo de la televisión por eso no puede hacer papeles de princesa, sin embargo el papel que a ella le cae a chorros es el de mujeronas que tienen mucha fuerza en la mirada, en los gestos y en la voz. Corina ha hecho de mala, malísima, pero también de buena-buenísima y los dos papeles le quedan de rechupete.