La historia de Yovanis es la de muchos otros cubanos que han renunciado a su sueño de desempeñarse en lo que estudiaron en la universidad para dedicarse a cualquier otra cosa que les reporte más dinero, ya que su realidad económica no les da margen a soñar.
Su pasión fue el periodismo y fueron muchas las noches de desvelo y estudio durante los cinco años en la Universidad de La Habana. Al ser de provincia, su situación era aún peor, ya que, si bien durante la etapa estudiantil pudo escapar de pagar un alquiler gracias a la beca, luego tuvo que hacer mil y una maravillas para lograr pagar el cuarto en el que se quedaba.
Su familia lo ayudaba todo lo que podía y mes tras mes le enviaban una caja con arroz, queso, viandas y todo lo que pudieran rapiñar para él. Sin embargo, no había forma posible de llegar a fin de mes con un peso en el bolsillo.
Su suerte comenzó a cambiar el día que un amigo le comentó que un artista estaba abriendo una paladar de altura en el Vedado y que estaba buscando meseros universitarios que dominaran el idioma inglés. Yovanis vio los cielos abiertos, su salvación había llegado con ropa blanca y negra.
En un principio pensó que podría mantener sin problemas los dos trabajos, el que le gustaba y el que resolvería sus problemas. El primer mes logró llevar ambas cosas y, aunque estaba muy feliz por haber podido incluso ponerle una recarga a su mamá por su cumpleaños, lo cierto es que al acabar el día terminaba hecho polvo.
Ya en el segundo mes comenzó a llegar tarde a la redacción, y fue entonces que lo amonestaron públicamente y le rebajaron su cuota de megas.
Yovanis tuvo que escoger, de hecho, tomó la decisión más difícil de su vida. Por una parte, estaba su pasión por el periodismo, pero por la otra tenía el trabajo que le permitiría tener un techo bajo el que dormir, la posibilidad de ayudar a su mamá y la de salir adelante por su propio esfuerzo.
No tuvo que pensar demasiado, se llenó de valor y expresó: “Seré el mejor mesero de La Habana”. Su título de oro, hoy reposa en la pared de la casa de su mamá, y del periodismo solo queda el más noble recuerdo en su corazón. Hoy en sus manos, en lugar del teclado de un ordenador, hay bandejas, platos y vasos, pero en su mesa nunca más ha faltado la comida.