Los días de la convivencia de dos tipos de moneda en los bolsillos de cualquier residente de Cuba están contados. Una de las prioridades de las autoridades para este año es la unificación monetaria, tal vez la medida más compleja a afrontar dentro de las reformas económicas iniciadas en 2008.
Mientras especialistas califican de urgente dejar una sola moneda para contribuir al ansiado y esquivo despegue de la economía cubana, las personas se se preguntan cómo se realizará ese proceso y cuál será su impacto en la sociedad, en especial para los grupos más vulnerables de la población, como los jubilados.
“El impacto de esta medida, dependiendo de cómo se establezca, será bien o mal aceptada”, dijo la ingeniera industrial Maricelys Martínez, que vive y trabaja en una empresa estatal en la ciudad de Cienfuegos, a 232 kilómetros al este de La Habana.
Como un paliativo a la profunda crisis que comenzó en 1991 y cuyos efectos persisten hasta hoy, se introdujo en 1993 el peso convertible (CUC, una moneda fuerte equivalente al dólar) que desde entonces circula junto al devaluado peso cubano (CUP).
Las varias tasas cambiarias entre las dos monedas oscilan de uno por uno hasta un CUC por 25 CUP.
La compra de un CUC para las personas naturales a través de bancos y las casas de cambio se sitúa en una tasa fija de 24 pesos cubanos y la venta en 25, mientras que dentro del sector empresarial estatal existen otras tasas.
De ahí el alcance del fin de la dualidad monetaria en cada resquicio de la vida cubana.
“Todo el pueblo está alarmado con esta situación, máxime si cada día se presenta mayor escasez de muchos productos de la canasta básica”, comentó Martínez. “Muchos hogares se sienten desprotegidos ante el alza de los precios, que se ha hecho insostenible e incide directamente en ancianos, madres solteras, etc”, añadió.
La profesional consideró que la unificación monetaria “no es urgente ni tan necesaria mientras no exista estabilidad económica”. No obstante, concluyó que confía en que las autoridades “tomen todas las medidas pertinentes para afectar lo menos posible al pueblo, en beneficio de todos por igual”.
Los focos sobre el fin de la dualidad monetaria se encendieron el 21 de diciembre, cuando el expresidente cubano, Raúl Castro, dijo en la última sesión parlamentaria de 2017: “Debo reconocer que este asunto nos ha tomado demasiado tiempo y no puede dilatarse más su solución”.
“Aunque la eliminación de la dualidad monetaria y cambiaria por sí misma no solucionará mágicamente todos los problemas acumulados en la economía cubana, constituye el proceso más determinante para avanzar en la actualización del modelo económico”, indicó el entonces mandatario, sin dar detalles sobre la implementación.
En ese momento se informó que un equipo de más de 100 especialistas trabaja para acabar con una dualidad monetaria con varias tasas cambiarias, que ha provocado graves distorsiones a la economía y, peor aún, impide la transparencia en los cálculos de los balances empresariales, las cuentas nacionales y el presupuesto del Estado.
Incluso la Unión Europea, que está relanzando sus relaciones con Cuba con la implementación del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación suscrito en 2016, le brindó a La Habana su ayuda en ese sentido, dado que el bloque realizó la transición monetaria más grande del mundo con la circulación del euro en sus 28 países miembros.
“En cuanto al impacto en la sociedad cubana, ahí tengo grandes dudas”, compartió una ingeniera química retirada de la capital. “Creo que va a afectar al sector más pobre de la población, en especial a los jubilados como yo”, estimó la mujer que pidió no dar su nombre.
“El pueblo piensa que la unificación favorecerá especialmente a los que trabajan para el Estado, sean profesionales, técnicos o trabajadores”, dijo el dramaturgo Ulises Rodríguez, que vive en Matanzas, a 87 kilómetros al este de La Habana. “Debe darle valor al trabajo y mejorar el nivel de vida del ciudadano”, consideró.
Para el jubilado Rolando López, se deben tomar otras medidas para lograr el objetivo final, que es “una adecuación razonable entre salarios, precios y ganancias”. Y la bióloga Marta Elena Herrera lamentó: “productos sacados de la tierra que nos vio nacer, debo pagarlos en una moneda que no es con la que a mí me paga el Estado”.
Cada uno a su manera, los ciudadanos que brindaron su opinión, hablaron de la desigualdad social que expresa la doble moneda.
El CUC está en manos de quienes reciben remesas del exterior, tienen empleos en compañías extranjeras y el sector privado. Mientras el CUP es la moneda de pago del Estado, el principal empleador, que entrega un salario mensual promedio equivalente a 30 dólares.
Pedro Monreal, autor del blog “El Estado como tal”, especificó que, “cuando se ponga fin a la ficción actual de una tasa oficial en la que el CUP equivale a un dólar estadounidense, automáticamente se incrementará el valor en pesos cubanos de cada producto importado”, en un país que importa hasta 70 por ciento de los alimentos que consumen sus 11,2 millones de habitantes.
“Ese es un daño potencial que no se produce automáticamente”, subrayó, por eso “no puede anticiparse lo que ocurrirá exactamente”.
“Existen mecanismos de compensación que dependerían de una combinación de voluntad política y de la disponibilidad de medios para intervenir en el mercado y poder contener el alza de precios”, esclareció el también académico.
“Es evidente la prioridad política que le concede el gobierno cubano a preservar el bienestar social”, sostuvo. “Sin embargo, en el plano de los medios disponibles, la cuestión es menos clara y existen discrepancias entre los especialistas”, alertó y mencionó alternativas como subsidios y redistribución de ingresos en divisas.