En tiempos de potentes teléfonos celulares y redes sociales, Yomar del Toro parece como si se hubiese quedado viviendo en el pasado. Con una cámara de 1900 recorrer las inmediaciones de la estatua de José Martí en el Parque Central de La Habana, para ofrecer a los turistas la oportunidad única de ser fotografiados con la tecnología que usaban nuestros antepasados.
Yomar sigue la tradición de la familia, ya que el negocio de buscarse la vida tirando fotos viene desde los tiempos de su bisabuelo y se ha ido transmitiendo de generación en generación.
Su padre trabajó casi 50 años con la cámara. Yomar y su hermano ya llevan unos 20 desandado las calles de la capital cubana y desean que sus hijos no dejen morir el oficio cuando ya ellos no puedan seguir desempeñándolo por la edad.
Los bajos de la escalinata del capitolio fueron para Yomar y su hermano una especie de centro de trabajo al que acudían a diario a inmortalizar momentos con su lente. No trabajaban de forma ilegal, ya que la Oficina del Historiador de la Ciudad, al considerarlos una especie de atracción, les había otorgado un permiso para que tomaran fotos en la zona.
Con el remozamiento del Capitolio la situación cambió y ya no pudieron seguir allí. Por lo que tuvieron que mudarse al Parque Central.
Los fotógrafos callejeros no necesitan publicidad de ningún tipo. Cuando los turistas los ven enseguida saben quiénes son y qué es lo que hacen.
Yomar cobra 2.00 CUC por cada foto a los extranjeros y 1.00 CUC a los cubanos. No obstante, cada vez es mucho menos la clientela y más lo que los fotografían a ellos con las cámaras de sus celulares.
Cuando Yomar y su hermano recibieron la cámara de manos de su padre, en las afueras del capitolio existían una docena de fotógrafos. Hoy son muy pocos los que quedan realizando esta actividad, que además de ser una forma de ganarse la vida honradamente, se ha convertido en parte del patrimonio y de las tradiciones de la capital de todos los cubanos.
“Eso dentro es un laboratorio, una cámara oscura con los químicos y el papel. Es muy difícil conseguir este papel, en Cuba no hay ya, la suerte son los buenos amigos que se acuerdan de mí y me lo consiguen afuera” dice.
Revelando algo de su alquimia, cuenta que “Todo depende de la luz. Si está nublado le damos 5 segundos de exposición, si hay un sol como el de hoy cuento dos: mil uno, mil dos y cierro”.
En la parte posterior de la caja misteriosa donde ocurre la foto cae la pata de un jeans para hacer contraste, lo importante es que no penetre la iluminación y cualquier solución criolla puede sustituir el clásico paño negro donde se escondían los retratistas de principios del siglo XX.