Ya sean medio tostados o en su punto justo, salados o azucarados, La Habana no sería la misma sin todos los maniseros que a diario la recorren con los cucuruchos en mano. Según dicen algunos, comerse un par de cucuruchos de maní es la mejor forma para esperar más de una hora una repleta parada de ómnibus de la capital.
El cucurucho de maní cuesta 1 peso en moneda nacional (unos 0.05 en dólares) y en casi cualquier calle, salida de hospitales, escuelas y parque infantiles se pueden encontrar a estos hombres y mujeres que venden la popular semilla.
La mayoría no cuenta con una licencia para ejercer esta actividad.
“Los maniseros pudieran entrar en la categoría de elaborador de alimentos de forma ambulatoria, la cual se encuentra contemplada entre las actividades autorizadas al trabajo por cuenta propia. Sin embargo, por el momento no nos interesa cobrarle impuestos”, cuenta René, quien se desempeña como inspector estatal.
De los gastos de estos maniseros, el que más se sienten es el del pago de la patente (150 pesos mensuales), que junto a las 87.50 que deben pagar de seguridad social, hacen un cúmulo de 237.50 al mes.
Es un negocio que no es para enriquecerse. O al menos así lo considera David, quien vende maní salado en las inmediaciones de la esquina de Acosta y 10 de Octubre.
“De una libra yo saco 24 cucuruchos, lo que me representa unos 12 pesos. Si a eso le quito la sal y las hojas de papel, entonces la ganancia es mucho menos”, asegura.
Algunos vendedores ocasionales como Inocencia, quien suele rondar las áreas aledañas al Parque de la Fraternidad, da unos escuetos cucuruchos con pocos granos, sin sal y bastante chamuscados.
“Abuela la que está cerrando no tiene nombre, que maní más malo, ñooo”, le dicen unos estudiantes. La anciana, inalterable, no demora en responder: “Mijito, por un peso no se puede pedir más en Cuba”
“Yo estoy unas 12 horas dando pata de aquí para allá con los cucuruchos y me voy todos los días con entre 80 y 100 pesos. Este negocio es de centavos, la clave está en no desesperarse. A cada rato la policía la coge con nosotros, pero últimamente nos han dejado respirar”, cuenta Rodolfo.
En tiempos en los que las actividades autorizadas a ejercer por cuenta propia se han ampliado, los vendedores de maní no aparecen de manera explícita entre las 178 modalidades amparadas por la ley. Quizás, el Estado reconozca que esas personas, de edad avanzada en su mayoría, viven sumidas en la pobreza y que solo obtienen minúsculas ganancias que apenas les alcanzan para sobrevivir.
“Como quiera que sea yo no me creo nada. Hasta los peluqueros de animales, las cartománticas e incluso quienes cuidan baños públicos están pagando impuestos. Quizás nos incluyan a nosotros también”, considera Suraima, quien vende maní en la parada del P-10.
El maní siempre ha sido un alimento de mucha demanda en Cuba. Antiguamente, los vendedores ofrecían los cucuruchos que almacenaban en latas que en su parte inferior se colocaban trozos de carbón encendido para que se mantuviesen calientes.
Los vendedores de maní han pasado a formar parte del paisaje habanero, aunque no son pocos los que luego de comprar los cucuruchos, los arrojan a la calle, aunque tengan muy cerca un cesto de papeles.
Hace muchos años el cucurucho se vendió a 20 centavos, luego subió a 40, después a 50 centavos, hasta llegar a un peso en la actualidad.
Comer maní mientras se espera en una parada de ómnibus, se habla de béisbol, de la telenovela de turno, o se toma el aire en el malecón, se ha convertido en una rutina en la capital.