El tema del alcoholismo en Cuba se ha convertido en un problema digno de estudio por los sociólogos. El consumo de alcohol per cápita supera al de muchos otros productos de primera necesidad.
Según algunos trabajadores de tiendas en La Habana, la demanda de este es únicamente superada por el detergente, el picadillo de pavo y, por quien se encuentra a la cabeza de la lista: el cigarro, otro producto nocivo.
Jaimanitas, en la capital cubana, es una especie de pueblo de borrachos proverbiales. Cada vez son más quienes integran este polémico gremio de bebedores en el que sus miembros, como mismo sucede en el de los locos, niegan férreamente serlo.
Al recorrer barrios como Romerillo, La aldea, El palo, La corbata y El tanque, en Playa, es muy común el escenario de unos cuantos hombres jugando dominó en la calle mientras comparten “un rifle” que se pasan de boca en boca. Estos bebedores pudieran clasificarse en dos bandos: los permanentes y los ocasionales.
Quienes beben de manera ocasional celebran cualquier fecha con un cañangazo de ron o cerveza. Lo mismo un onomástico, el nacimiento de un hijo, la llegada o la partida del país de un familiar, un número acertado en la bolita, un dinero recibido de un pariente del exterior, un ciclón o la victoria de Industriales en la serie nacional de béisbol. Cualquier motivo es bueno para comprarse una botella de «ron bueno» en la tienda y dársela “al strike”, o ligado con algún refresco.
Muchos mantienen ese ‘estilo de vida’. Consumen ron de pipa, de pésima calidad, una destilación hecha con el residuo de la melaza con la cual se fabricaron otros rones. Cuando se acaba el ron de pipa, existe todo un surtido de casas particulares donde lo expenden. Algunos lo llaman ‘de bajo costo’, y resulta funesto, especialmente para personas mal alimentadas y estresadas.
Un caso típico de cómo desafían la muerte estos alcohólicos se vio recientemente en el policlínico de Jaimanitas. Llevaron a dos borrachos en estado de coma diabético, y las enfermeras le canalizaron las venas para alimentarlos con dextrosa y salvarlos. Cuando recobraron el conocimiento, uno le dijo al otro que en cuanto se acabaran los sueros, lo invitaba a su casa, a ‘echarse’ una media botella aún sin terminar.